VARSOVIA/MELBOURNE – ¿Deseó alguna vez poder añadir más memoria a su cerebro? Tal vez Elon Musk pueda ayudarlo.
Musk dirige la compañía cuyo producto más conocido es el Tesla, el auto eléctrico líder de la industria. También es director ejecutivo de SpaceX, una empresa que está creando cohetes para que los seres humanos podamos vivir en Marte. Ahora Musk reveló que es fundador y director ejecutivo de Neuralink, una startup que quiere crear implantes cerebrales que convertirán a las computadoras en extensiones directas del cerebro y mejorarán así nuestra inteligencia y memoria.
Los variados proyectos de Musk apuntan todos a un mismo objetivo general: proteger el futuro de la especie. Los autos eléctricos nos ayudarán a evitar niveles peligrosos de calentamiento global, y una colonia permanente en Marte reduciría el riesgo de que el cambio climático (o también una guerra nuclear, el bioterrorismo o la colisión con un asteroide) eliminen a la especie humana.
Neuralink también apunta a este objetivo, porque Musk está entre quienes creen que construir una máquina más inteligente que uno mismo es, en palabras de Nick Bostrom (autor del libro Superinteligencia) “un error darwiniano básico”. Pero también cree que es inevitable, dado el veloz avance de la inteligencia artificial y los muchos incentivos para aumentar la inteligencia de las computadoras. Por eso su estrategia preferencial para salvarnos de la extinción a manos de máquinas superinteligentes es conectarnos a las computadoras, para volvernos tan hábiles como la inteligencia artificial más avanzada, por inteligente que pueda ser.
La implantación de dispositivos electrónicos en el organismo humano no es nueva. Hace casi sesenta años que se usan marcapasos cardíacos, y desde 1998, grupos de científicos han implantado dispositivos en los cerebros de personas paralizadas, que les permiten mover un puntero en pantalla con el pensamiento o, en versiones más avanzadas, una mano artificial capaz de aferrar objetos.
Estos dispositivos no extienden la capacidad del usuario más allá de la de una persona sana normal. Pero el artista Neil Harbisson tiene implantada una antena en el cráneo que le permite oír colores, y no sólo las frecuencias que podemos ver la mayoría de las personas (Harbisson padece una forma extrema de daltonismo) sino también la luz infrarroja y ultravioleta, invisible para el resto de la gente. Harbisson se autodefine como un cyborg, esto es, un organismo con capacidades aumentadas mediante la tecnología.
Para pasar de estos dispositivos, útiles pero limitados, al tipo de interacción mente‑cerebro que busca Musk hacen falta avances científicos considerables. En general, la investigación en implantes cerebrales usa animales no humanos como sujetos de experimentación, algo que (tras décadas de hacer daño a monos y otros animales) genera cuestionamientos éticos.
En cualquier caso, para que el plan de Musk tenga éxito, será inevitable experimentar con seres humanos además de animales. Tal vez pacientes con discapacidades incurables o enfermedades terminales quieran participar como voluntarios en investigaciones médicas que les ofrezcan alguna posibilidad donde no tendrían ninguna. Neuralink comenzará con esa clase de investigaciones, pero para lograr su objetivo a gran escala, necesitará más que eso.
En Estados Unidos, Europa y la mayoría de los otros países donde se hace investigación biomédica de avanzada, el uso de sujetos de experimentación humanos está estrictamente regulado, de modo que conseguir permiso para investigar la mejora de la capacidad cognitiva mediante la conexión del cerebro a una computadora puede ser sumamente difícil. La normativa estadounidense llevó a Phil Kennedy (pionero en el uso de computadoras para que pacientes paralizados puedan comunicarse sólo con el pensamiento) a implantarse electrodos en su propio cerebro para seguir investigando, y aun así, para encontrar un cirujano dispuesto a hacer la operación, tuvo que ir a Belice (América central). En el Reino Unido, el activista pro‑cyborg Kevin Warwick y su esposa se hicieron implantar interfaces de datos en el brazo para demostrar que la comunicación directa entre sistemas nerviosos de personas separadas es posible.
Musk cree que las regulaciones sobre experimentación con sujetos humanos pueden cambiar, pero eso llevará algún tiempo. Entretanto, ya hay entusiastas que siguen adelante sin pensar en normas. Tim Cannon no tiene las credenciales científicas o médicas de Phil Kennedy o Kevin Warwick, pero eso no le impidió ser el cofundador de una empresa en Pittsburgh que implanta dispositivos biónicos (que a menudo prueba primero en sí mismo). Su postura (como dijo en “la primera feria de cyborgs del mundo”, celebrada en Düsseldorf en 2015) es: “Hagámoslo, y hagámoslo en serio”.
Los asistentes a la feria de cyborgs de Düsseldorf tenían imanes, tarjetas de identificación por radiofrecuencia y otros dispositivos implantados en dedos o brazos. La cirugía suelen hacerla tatuadores y a veces veterinarios, porque los médicos y cirujanos cualificados son renuentes a operar a gente sana.
¿Tienen razón los médicos? ¿Es necesario desalentar (o impedir) que gente sana se implante dispositivos?
Warwick afirma que las actividades de los cyborgs aficionados son un beneficio para la investigación científica. Y agrega: “Es su decisión” (argumento que parece acertado, siempre que los interesados reciban información adecuada sobre los riesgos y acepten libremente correrlos). Si no se prohíbe a la gente fumar, o subir el K2 en invierno, ¿por qué ser más paternalistas con personas que se ofrecen como voluntarios para promover el avance de la ciencia? Es algo que puede dar más significado a sus vidas, y si Musk tiene razón, quizá termine salvándonos a todos.