Dos formas de entender la política
por
Mariano Nava Contreras
Twitter: @MarianoNava
Creo que en otro lugar ya lo hemos dicho, en la Grecia arcaica las cosas respecto del poder eran claras y sencillas. La polis estaba gobernada por reyes puestos ahí nada menos que por Zeus. Algunos, a veces, incluso decían ser sus descendientes, a tal punto su poder provenía del mismísimo padre de dioses y hombres. A los reyes los acompañaba un consejo de ancianos, los viejos del pueblo que con su experiencia y su sabiduría aconsejaban a los reyes en las grandes decisiones. Pero en general la voluntad de los reyes, como la del mismo Zeus, era incontestable.
En más de un lugar de la Ilíada, Homero llama a los reyes “alumnos de Zeus” (diotrephés), con lo que queda claro que la ciencia del poder, el saber del gobierno, era algo que aprendían directamente del padre de dioses y hombres, nada menos. Así pues la gente, eso que llaman “el pueblo”, no tenía arte ni parte en los asuntos de la política. El pueblo simplemente obedecía. Homero simplemente lo llama laos, “la muchedumbre”, “el populacho”. La justicia, ese factor fundamental de la vida en sociedad, era también, cómo más podía ser, de origen divino. “Themis” la llamaban, y era una diosa según la mentalidad arcaica. Hesíodo en su Teogonía nos dice que era hija de Gea y Urano, o sea la Tierra y el Cielo. Bonita forma de concebirla.
Sin embargo, el reinado de Themis no duró para siempre. En su trilogía La Orestíada, Esquilo nos cuenta la triste historia de Orestes. Apolo, a través de su oráculo, ordena a Orestes que asesine a su madre, la adúltera y traidora Clitemnestra, la cual ha engañado y también asesinado a su marido Agamenón (sí, el padre de Orestes) a su vuelta de Troya. Orestes obedece al dios y serán el mismo Apolo y Atenea quienes, después de muchas desventuras sufridas por nuestro héroe, puedan liberarlo y purificarlo de su crimen y de su culpa. Se ve que en los tiempos de la tragedia y la democracia ateniense ya toda la justicia no está en manos de Themis. Por lo demás, en aquel mundo primigenio y feliz ni los filósofos ni buena parte de los poetas se metían en política. Unos porque se la pasaban cantando las hazañas de los héroes y de los dioses. Otros porque se les iba el tiempo estudiando la naturaleza y el ser de las cosas, el origen del cosmos y del universo, los cuatro elementos y demás por el estilo.
Pero toda fiesta tiene un aguafiestas, y el de ésta fue Sócrates. Sócrates dijo que ya bastaba de que los filósofos se ocuparan de la naturaleza y del inasible ser, y que más bien debían estudiar los problemas humanos. Por eso se dice que Sócrates inventó las humanidades. Asuntos como la amistad, la belleza, la justicia, la felicidad y el amor comenzaron a ser por primera vez problemas para los filósofos, cosas que merecían la pena ser pensadas. Por supuesto, uno de los principales asuntos humanos que se pusieron a estudiar los filósofos fue el problema de la justicia, con lo que era imposible que no se metieran con los escabrosos territorios de la política. A esta nueva justicia humana y racional los griegos la llamaron “Dike”.
Sócrates dijo también que había un solo bien, que es el conocimiento, y un solo mal, que es la ignorancia. Lo que en realidad estaba diciendo es que los hombres podemos encontrar nuestra propia felicidad con la ayuda de la razón. Eso tuvo un gran impacto político, pues cuestiones como el poder y la justicia dejaron de depender de la voluntad de los dioses y comenzaron a entenderse a partir del pensamiento y la acción humana. Así fue como nació la política como ciencia, como reflexión en torno a la polis, el pensamiento acerca de todo lo que tiene que ver con ella. No debe extrañarnos que a Sócrates lo hayan condenado a muerte, supuestamente por impiedad.
Así como dos hermanos pueden parecerse a su padre y ser diferentes entre sí, así también dos discípulos pueden aprender la misma lección de su maestro y darle diferentes interpretaciones. Platón y Aristóteles aprendieron de Sócrates que los problemas de la justicia, la política y la sociedad pueden ser resueltos a través de la razón humana. A esta justicia como concepto los filósofos la llamaron dikaiosyne. Sin embargo, el modo en que Platón y Aristóteles utilizaron esa razón y concibieron la dikaiosyne fue totalmente diferente. Puesto a pensar en el sistema político más perfecto, Platón imaginó una ciudad ideal dividida en tres clases: la más baja, formada por campesinos y obreros; una media para los guerreros y una alta para los dirigentes (y los dirigentes eran, obviamente, sus colegas los filósofos). Para Platón, esto era lo justo. El Estado clasista, totalitario y comunista regulaba como una máquina infalible todas las actividades de los ciudadanos, que como autómatas obedientes realizarían las operaciones propias de su “clase”. Todo esto está muy bien descrito en la República, la primera gran utopía conocida.
Aristóteles, por su parte, se negó a decir cómo debía ser la ciudad perfecta, ni quiso buscar ningún modelo, y más bien pensó que el mejor sistema de gobierno es aquel que hace a los ciudadanos más felices, cosa que repite Bolívar en el Discurso de Angostura. Aristóteles pensaba que así como la ética procuraba la felicidad individual, la política debía buscar la felicidad colectiva, y por eso la política es superior a la ética, solo cuestión de números. Así lo dice en la Ética a Nicómaco. Aristóteles se dedicó, pues, a estudiar las condiciones que posibilitan la felicidad del individuo y las aplicó a la política, percatado de que éstas eran subjetivas pero también materiales. Lo que es la felicidad tampoco quiso definirlo con exactitud, pues consideró, me temo, que cada quien debía tener su propia idea, y prefirió respetarla. Desde entonces hay dos formas de entender y hacer la política: la que prima el poder y lo colectivo, y la que toma en cuenta al individuo y su felicidad.
De los abuelos heredamos todo, lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo. El nieto saca lo trabajador y noble del abuelo, pero también su mal carácter. La niña hereda las piernas lindas que un día tuvo la abuela, pero seguramente también tendrá sus várices. Pienso que de los griegos, que inventaron la polis y la política, heredamos también dos formas distintas de asumirla. La una, como empresa colectiva y autorregulada en la que cada ciudadano cuenta, con respeto a su inteligencia y a su criterio, siempre buscando su felicidad. Pero también la otra, como engaño y manipulación, como sarta de trucos y mentiras para retener el poder por el poder, donde lo que menos importa es la gente.