LOS PELIGROS DE PENSAR
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Cuando era un imberbe me daba por creer que los demás podían adivinar mis pensamientos. Tengo la impresión de que por lo general otros niños hacen el experimento contrario, se divierten al soñar que son capaces de saber qué ocurre en la mente de terceros. Yo no, y no me preguntes por qué. Yo tenía la plena convicción de que cuanto pensaba de inmediato iba a parar a territorios ajenos. Un ser humano sin la posibilidad de guardar secretos, sin la íntima certeza de poseer en los recovecos del yo ese caudal de deseos, de anhelos, de opiniones que siempre albergamos, todo ello compilado en pensamientos efectivos, palabras mondas y lirondas, lenguaje que en condiciones normales yace custodiado, encerrado bajo siete llaves, las llaves de la intimidad. Así me sentía.
De modo que para evitar males mayores llegué a la conclusión de que no debía pensar. Si el objetivo era salvaguardar mis cavernas y profundidades, es decir, mis diálogos interiores o las conversaciones que mantenía conmigo mismo -o sea, garantizar particulares soliloquios-, el asunto requería ponerme en off, exigía que el cerebro fuese, en cuestiones de lenguaje, una simple página en blanco. Mira qué mecanismo de protección inventé.
Entonces me di a la tarea de corretear por la vida en automático, lo cual implica mantener diálogos de variado pelaje, leer anuncios en la calle o resolver una ecuación de segundo grado nada más que llevado por lúdicas acciones de lógica elemental, sin intervención de la peligrosa lengua, la tétrica sintaxis, capaces, las muy cochinas, de ponerme en evidencia y de echarme en brazos tanto de amigos como de enemigos. Lo cierto fue que me empeñé en no pensar para resguardar justo eso, mis pensamientos, al punto de que acabé acostumbrado a la agradable sensación de no tener que pegar un sujeto con un predicado ni a realizar el esfuerzo de razonar mediante palabras.
Y así, sin quererlo, sin buscarlo adrede, por azarosa intuición di en el clavo: pensar con imágenes, asociar A con B para llegar a C excusando cualquier intromisión del abecedario. No me lo vas a creer pero sentirse en un mundo aparte, flotar, concebir la realidad a partir de lo que catalogué después como de “cierta perspectiva plástica”, pictográfica –qué sé yo-, terminó siendo lo más adictivo de este mundo. Ya adolescente estuve seguro de que los pintores o escultores meditan o vislumbran de forma parecida, actúan de idéntica manera, captan el mundo en función de diagramas, dibujos mentales, potentes planos interiores que para qué demonios las letras y, en fin, la gramática como la conocemos.
Después, en la adultez -la adultez es una máquina de destrucción masiva, yo que te lo digo-, las obligaciones cotidianas y los compromisos propios de la edad malograron ese estado fundamental en que me arrastraba por la vida, llevándome sin más al agujero negro de los días tal como los despacho hoy. La eme es la eme, la a es la a, la eme con la a ma y punto, y se acabó, adiós privacidad y universo interior a salvo de entrometidos o curiosos.
A mis años, aunque con torpeza, he aprendido sin embargo a defenderme. Pienso, luego existo, afirmó un iluso hasta la médula. Qué va: pienso, luego lo sabes todo, digo sin que me tiemble un músculo del rostro. He tenido mil problemas, me han descubierto en plena urdimbre de estrategias intelectuales ante una discusión cualquiera, ante un debate público, ante una sencilla conversa de café. He caído de bruces, despojado de intimidad y lleno de vergüenza, cuando pasaba por mi lado alguna dama con piernas, nalgas y tetas en su sitio, y pensaba, y me decía, y exclamaba para mis adentros las delicias que implicaba, lo hembra y lo salvaje que sería en plena cruzada. Válgame Dios, nada que hacer, nada que ocultar en lo más hondo de mis elucubraciones porque antes de terminarlas ella las había visto, las había leído como quien lee en un libro abierto.
Así vivo, así llevo la existencia en el presente, pisando como gato en suelo húmedo para medio protegerme e inventando una u otra estratagema buena como escudo a la hora de pensar frente a cualquiera. A veces lo logro, a veces no, y en ésas ando. Cosa rara, qué le vamos a hacer. Cosa sumamente rara.