EL PARAÍSO QUE LLEVAMOS DENTRO
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Permíteme llover sobre mojado pero hay que repetirlo en alta voz: la dictadura venezolana ha sido cruel, asesina, ladrona y violadora de absolutamente todos los Derechos Humanos. Su abyección sobrepasó cualquier parámetro, al punto de que hoy el mundo libre la condena sin matices. Quienes se autodenominan neutrales y quienes, vergüenza a un lado, apoyan a estas alturas las monstruosidades de Maduro, forman parte de un delirante cuerpo colegiado seccionado en dos fétidas porciones: nostálgicos del comunismo, del Padrecito Stalin, de la Guerra Fría por una parte, y víctimas esperanzadas de ideologías colectivistas e interesados en negocios pingües que arrojaron millones en su momento, por la otra. Pura y dura real politik revolucionaria. Y hasta ahí.
Jamás imaginaron mis compatriotas que las fiebres chavistas acabarían voladas en pedazos. La experiencia ha sido larga, cruenta y ojalá que aleccionadora. Se vivió el horror del socialismo del siglo XXI -siempre en minúsculas, por Dios- y quedaron nada más cenizas, dolores, restos humeantes. Probablemente las cicatrices no desaparezcan nunca, acaso como triste evidencia de lo que no debió ocurrir un solo instante. Es necesario, dicen, aprender por cuenta propia, digerir el abc de esos valores que es preciso mantener en tanto naciones libres y percatarse de que existen demonios cuyo sueño es mejor no perturbar. A propósito de Venezuela algunos lo advirtieron hace más de veinte años -pienso en Carlos Alberto Montaner o en Mario Vargas Llosa- pero ya sabemos adónde fueron a parar tales monsergas. Ha tocado recoger los vidrios rotos.
La diáspora, la desesperanza, el hambre o la enfermedad, los crímenes del gobierno, siempre estando ahí como animales que acechan y despedazan, no hundieron el puñal en lo que somos. ¿Y qué somos?, no voy a caer aquí en la pretensión de definir lo indefinible, pero tengo para mí que el país, como un todo más o menos unitario, lleva en sus adentros lo que necesita para sacudirse el polvo, lavarse la sangre y recuperarse de los golpes para reinventar la realidad, cosa que va siendo urgente. Urgente y posible. Venezuela requiere inventar otra vez el piso sobre el que hacer tienda y proseguir.
Nada nuevo bajo el sol, o sea, nada que no hayan hecho otros igualmente humillados. La Europa de postguerra, los países del cono Sur latinoamericano, Sudáfrica luego del apartheid y Venezuela, sí, esta Venezuela que supo patearle el culo a Gómez, a Pérez Jiménez, hasta meterse de cabeza en el mundo civilizado, en el universo de la libertad, solo para hablar del siglo XX. Nada nuevo bajo el sol, pero con la impronta de lo que en el fondo rehacer entre tú, él, aquél y yo. Entre nosotros. Tal es el sino que nos define, uno que será abrazado, o no, con manos, entrañas e intelecto.
Siempre se ha dicho que este país es capaz de reír incluso a costa de sus más descarnadas tragedias, esto es, reírse de sí mismo, lo cual es una bendición. El chavismo hecho gobierno ha sido justo eso, una tragedia de dimensiones quizás no del todo concebidas aún. No hay que olvidarlo: reímos y esa risa es medicina para el alma, para el cuerpo, para las migajas en que pretendieron convertirnos. La risa, el humor inteligente -tautología que de todas formas es imperativo pronunciar- son un carburante que jamás falló y ahora tampoco serán la excepción. Cuando Maduro esté pudriéndose en la cárcel, cuando un demente llamado Diosdado sea apenas roncha purulenta en la memoria, cuando Saab, los Rodríguez, Varela o El Aissami constituyan verrugas en la historia, echaremos la vista atrás para observar lo que la locura y el crimen son capaces de materializar pero, asimismo, respiraremos desde la reconstrucción, desde el país que vayamos soñando, forjando, instituyendo, y desde la sonrisa que alimenta el alma a partir de los escombros.
Falta poco, falta muy poco para que se haga la luz, para la calma, para emprender hasta lograr lo que creamos merecer. Será duro y será lento, pero será. A nada menos podemos anhelar según el paraíso que llevamos dentro.