CHÁVEZ, MADURO Y LA MAFIA

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

No cabe duda de que progresamos moralmente. La civilización consiste, entre otras cosas, en percatarnos de que hay valores por los cuales precisamos entregarlo todo.  Nos damos cuenta de que existen formas de vivir que enarbolan pulsiones capaces de enaltecer la humanidad. Hoy en día muy pocos osarían defender la esclavitud sin que les temblara un pelo del cuero cabelludo ni la autocracia como mejor forma de gobierno por encima de esa dama a veces tan esquiva que los griegos llamaron democracia. Esto únicamente que por darles dos ejemplos.

Lo que pretendo decir es que en los tiempos actuales, por más hijo de puta que sea el bicho humano, gozamos de mayor libertad, de mayor igualdad que cuando Aristóteles, Bentham o Locke nos iluminaron con sus reflexiones acerca de la moral. Y por si acaso, no nos engañemos: lo anterior, aparte de cierto, no equivale al quebradizo axioma de que en el presente seamos mejores personas, pongo por caso, que quienes nos antecedieron en la Grecia Clásica, en el Medioevo o el Renacimiento. Perdónenme pero qué va.  Así, por mucho que el progreso moral haya dicho hola buenas, aquí estoy, más de uno se las arregla para sacarle la lengua, retorcer el asunto y, si los dejamos, ponerle una jaula a la libertad, un kalashnikov en la sien a la igualdad frente a  la ley y dinamita sin complejos a lo que huela a democracia.

¿Ejemplo para ilustrar el punto?, la satrapía de Venezuela, por no ir más lejos y porque me toca los cojones ya que vivo afuera pero soy uno más de ese país.  Chávez, Maduro,  Cabello, El Aisami, los hermanitos Rodríguez, William Saab y el resto de los criminales que han demolido, a base de muerte y latrocinio, cuanto hasta hace poco fue tierra próspera y de sueños, están ahí para corroborarlo. Todos se creyeron, se juraron beatos, portadores de un ideal cogido por los pelos que es el  famoso hombre nuevo. Un ideal harto manoseado por la izquierda carnívora  latinoamericana -Montaner dixit– abstracto e interesado, que deambula a sus anchas como gato sobre tejado gracias al blablablá de semejante corporación ideológica. La izquierda borbónica, según el buen Petkoff, que ni olvida ni aprende.

Supone ésta, y cómo iba a ser de otra manera, valores inamovibles -jamás especifica cuáles salvo el consabido estribillo de lugares comunes- que de plano otorgan superioridad moral traducida en epicentro del progresismo que bajará el Paraíso a la Tierra. Sobre esta farsa, cuyos resultados aseguran el desastre, la izquierda en cuestión se ofrece almidonada y perfumada,  bellamente empaquetada en las vitrinas del mundo y el mundo -occidental para mayor escándalo- cae rendido ante las luces de bengala. El fuego de artificio que estos vendedores de humo esgrime sirve como trampa mortal que, de acertar y llevarlos al poder, culminará en el triste final de los platos reventados cuando menos, y cuando más en la tragedia que padece el pueblo venezolano.

Por supuesto que el progreso moral es característico de la civilización y es una conquista que da cuenta de la vida, de la convivencia pacífica en la diversidad, de la igualdad frente a la legalidad, de la democracia y de los Derechos Humanos. Pero lo otro también existe, es decir, la contraparte de la moral y el civismo, esa que muestra los colmillos apenas parpadeamos. El carnicero Maduro, Padrino López o Pedro Carreño son el ejemplo más cercano en pleno corazón de América. Creo que no llegarán a buen puerto.

 

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