El infiernillo

por

Javier Alejandro Aguilar
Twitter: @colotucumano

 

En aquel lugar donde suceden hechos misteriosos; aquella tarde de enero, se veía un paisaje que les ponía los pelos de punta, los hacía olvidar por completo su triste realidad. Eligieron el mejor lugar, estaban convencidos de eso. Detuvieron el auto en El Infiernillo, unos kilómetros antes de Amaicha. No tenían ningún apuro, quizás un poco de miedo. Se quedaron al borde del precipicio, como tanteando. La tierra rajada, los hacía caminar con cautela. Los malestares producidos por la altura, al principio los tenía agobiados: sintieron que se les tapaban los oídos y la respiración se volvía entrecortada. El viento dominaba ese lugar, como alguna vez los Diaguitas[i] lo hicieron.

Se encontraban sentados en el suelo a unos pocos metros del abismo. Unos segundos antes, Joaquín había sacado del baúl una caja repleta de recuerdos.  Miraban viejas fotografías de la época de estudiantes universitarios. El sol no quería esconderse en el horizonte, como intrigado por la presencia de los ancianos. Se sorprendieron porque encontraron la foto que ella le había obsequiado en el primer aniversario de novios. Matilde señaló la imagen, lo miró y le preguntó:

—¿Te acordás de lo que te escribí?

—Claro que sí: “El hombre es la medida de todas las cosas. Cada persona es su última autoridad”.

—Mirá ésta, desde joven ya eras pelado.

—En cambio vos estás bella. ¿Cómo no me pusiste un poco de tu pelo sobre mi cabeza, para salir lindo en la foto?

Repentinamente el viento sacudió la caja y las cartas se dispersaron por el aire.  Se levantaron asustados y se metieron en el auto.

—Amor, esta vez casi nos vamos juntos, —sonrió— pero volando.

Ella, todavía asustada y temblorosa, lo agarró del brazo y le dijo:

—Abrázame, mi amor, tengo miedo ¿Por qué estamos aquí?

Su pérdida de memoria cada vez se hacía más frecuente a raíz de su demencia senil. El rostro de Matilde se había transfigurado, ciñó el entrecejo y dijo:

—¿Por qué estoy aquí?, ¿quién me trajo hasta aquí?, y vos ¿quién sos? Tengo hambre, —le acaricia la cara a Joaquín— ¿Me podés dar algo para comer? ¿Por qué llorás? ¿Y tu mami dónde está? La mía ya me viene a buscar para llevarme a la escuela. No llore, señor. ¿Cómo se llama? ¿A qué escuela vas? Tengo hambre, tengo hambre.

Joaquín rápidamente extrajo de la guantera un paquete de galletas dulces. La anciana se la arrebató y con sus dedos temblorosos se dio mañas para abrirla. Se llenó la boca con varias galletitas. Masticaba como un caballo, tenía la mirada perdida, la baba recorría los surcos de su boca. Joaquín, con un pañuelo, paciente, le limpiaba la quijada, le pasaba por el pecho para sacarle restos de migas y baba. Minutos más tarde se durmió con el paquete de galletas en la mano.

Joaquín salió del auto, bajó la conservadora y se sentó en el filo del precipicio. Abrió una lata de cerveza y prendió un pucho.

—Mi amor, ¿dónde estás? Despertó exaltada. Descendió del vehículo, y cuando vio un minúsculo punto rojizo en la oscuridad, se tranquilizó. Fue a buscarlo. Apenas caminaba la anciana. Le puso las manos sobre los hombros, le dijo:

—¿Cuándo vas a dejar esa porquería?

Sorprendido, se dio vuelta y la abrazó, dejó caer el cigarrillo al precipicio.

—Volviste.

—Si nunca me fuí.

—Tenés razón, vení, sentate.

—¿Por qué no me despertaste para que te acompañara?

—¿Lo hacemos, o lo olvidamos? Joaquín quería aprovechar sus momentos de lucidez para definir la situación.

—¡No!, ya lo decidimos.

—Bueno, entonces, antes que nada, brindemos por lo que fuimos y seremos.

—Pero, ¿con qué?

—No seas tan ansiosa, —sonrió— voy hasta el auto.

Abrió el baúl y sacó dos copas.

—¡Mirá, mi amor!

Ella giró y su rostro ya no era el mismo.

—¿No sabes dónde está mamá?

Joaquín revolea[ii] las copas y desde sus entrañas le sale un grito. Llora. Vuelve a gritar. Ella, asustada, también grita:

— ¡Auxilio!, ¡auxilio!, ¡me quieren matar!

—Tranquila, soy yo, no me reconocés —intentó convencerla— Le sostuvo con ambas manos la cabeza,  la miró y le dijo:

—¡Miráme, soy yo!, ¿me reconocés?

Ella, detiene la mirada en sus ojos, lo abraza, y sollozando afirma:

—¡Eres tú, papá!

—¡Si, soy tu papá!, dijo desilusionado.

Pasaron la noche sin más sobresaltos.  Ella, esa noche, fue la hija y él su papá.

Al amanecer, Matilde eligió ponerse un vestido de fiesta, utilizó el espejo del auto para maquillarse y, con un cepillo que llevaba en la cartera, se peinó lentamente. Con un perfume francés roció su delicado cuerpecito.

—¿Estoy linda?

Él, mientras se arreglaba el pantalón, levantó la mirada, meneó la cabeza para un lado y para el otro, y dijo:

—No estás linda —Esperó unos segundos y agregó: —Estás hermosa —se llevó la mano a la boca y le lanzó un imaginario beso.

Él, para no desentonar con su esposa, se había puesto un frac, pero un detalle le impedía verse de gala: llevaba puestas unas zapatillas blancas porque odiaba los zapatos.

El sol era uno de los pocos testigos de aquella escena porque también había un halcón que, desde lo alto de una montaña, observaba a los ancianos.

—Esta imagen es demasiado para mis ojos —murmuró ella, con una lucidez que él extrañaba. Abrió la puerta del vehículo y lentamente se dirigieron hacia el abismo. Llegaron al precipicio. No había marcha atrás, ya habían tomado una decisión, así lo habían pactado. Se observaron, miraron hacia abajo, se miraron por última vez y él extendió los brazos mientras ella, con una sumisa sonrisa, se acercó para abrazarlo. Luego, con un mínimo impulso, saltaron…

El lugar quedó iluminado por el sol. El auto, a unos pocos metros del abismo, parecía esperar que volvieran. El viento desplegó su furia y levantó un tierral que borró las últimas huellas de los ancianos; luego el silencio puso de manifiesto que algo estaba por suceder en El Infiernillo. Así fue como un halcón oportunista, desde la cima de la montaña, desplegó sus alas al máximo y se lanzó en busca de los cuerpos, de los que nunca encontró el menor vestigio, pues, misteriosamente, habían desaparecido.

 

[i] Diaguita, voz. l. quechua, ​ es el exónimo impuesto por los incas y divulgado luego por los conquistadores españoles para un conjunto de pueblos independientes que hablaban un idioma común, el cacán. Se ubicaban en los actuales noroeste de Argentina —en especial en los valles Calchaquíes— y en el Norte Chico de Chile. Wikipedia

[ii] Girar a rodeabrazo correas, lazos u otras cosas, o hacer molinetes con cualquier objeto.

3 COMENTARIOS

  1. Javier, me emocioné hasta las lágrimas, con está historia de amor.
    Te felicito y seguí compartiendo tus fantásticas producciones. 🤗🤗🤗

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