EL FILÓSOFO
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Que la vida no es un valle de lágrimas Percy lo suscribe de pe a pa.”Dolce far niente” es una frase que le viene como anillo al dedo, hay que ver, sobre todo por esa disposición, ese buen tono para vivir demostrado hasta en los peores días de su existencia (no te creas, los ha tenido y muy muy feos).
Aprendí a verlo como el mejor de los ejemplos si es preciso darle un manotazo a la tristeza, al pesimismo o la apatía. Nunca conocí a un ser capaz de buscarle un último sentido a la lógica más aplastante o al absurdo más rocambolesco. No te imaginas cómo es, cómo se maneja ante la adversidad, qué haceres le da por desplegar donde y cuando se le venga en gana y de qué forma le saca punta incluso hasta a las piedras. Para decirlo de una buena vez, es un filósofo por donde lo mires.
Si el saber ocupa espacio no te quepa duda de que se encuentra en sus entrañas. Lo veo, escudriño su conducta, observo con impaciencia el método que poco a poco tengo la esperanza de llegar a descubrir y juro por mis muertos más frescos que es como para no creerlo. Un filósofo, es de verdad un filósofo de cabo a rabo, un filósofo como los de antes, duro, abrasivo, abarcador, capaz el muy cabrón de haber elaborado un sistema apto para hurgar aquí y allá, para explicar mil y una cosas y ahí lo ves, tan tranquilazo, echado en brazos de la modorra como quien nunca rompió un plato. Los platos de la sabiduría, claro, esa cosa típica de iluminados, gente rara, personajes convocados ve tú a saber por qué o quién para hurgarlo y comprenderlo todo. Menudo hallazgo, vaya forma de andarse como si nada por el mundo.
Aprovecho para decir que me siento afortunado. No es asunto de todos los días recibir de golpe una enseñanza, algún ejemplo inigualable, cierta revelación a propósito de los misterios del universo o como diablos se le diga. Soy un hombre con suerte entre otras cosas porque nada hice para merecer tal privilegio. Imagina cuántos viven detrás de lo que a mí se me ofreció sin más. Imagina lo que significa verse de pronto arropado por la buena estrella. Qué va, compañerito, no y no. Ni hablar de lo que esto significa.
Alguna vez, estando yo a punto de quebrarme por razones que no viene a cuento detallar, lo vi pasar y detenerse justo frente a mí para de seguidas escrutarme con ojos llenos de profunda lucidez. Era una mirada más allá de las miradas, con el instrumental a cuestas listo para afrontar las grandes o mínimas tribulaciones del día a día. Ahí estaba inmóvil, enfrente, y bastó verlo un segundo para que esas pupilas encendidas arrojaran la solución perfecta a cuanto me aplastaba. Inspiradora, intuitiva, estimulante, aleccionadora, llámala como quieras, pero la verdad es que en lo más hondo de su entrevisión me hallé de pronto, en pleno abordaje de otros planos, otras realidades y otras maneras de entrarle al arte de existir.
Desde ese día soy un hombre nuevo. No con la novedad que -falsa y ridícula- pregonan profetas de a pie, charlatanes de la política y personajillos del New Age, sino alguien cuya esencia rodó con los patines bien calzados por los oscuros rieles del conocimiento.
Entonces permaneció quieto, con sus ojos clavados en mí, observándome paciente y no sin un dejo de desdén. Por fin, después de haber visto la luz, comprendido y siendo otro, seguí mi camino, chasqueé los dedos para que se acercara y como de costumbre acaricié su lomo y le busqué galletas en señal de gratitud. Se quedó ahí, feliz, moviendo rápido la cola y mordisqueando sus manjares.