LA VERDADERA REALIDAD

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

Siendo niño me convencí de que el mundo está mal hecho. En el colegio las monjas explicaban cómo el mismo Dios se había entregado a la tarea de materializar el universo pero yo, abatido, fruncía el ceño en mi pupitre mientras restaba crédito a semejante historia, no por su condición divina sino por tanto resultado chapucero. Dios, mi Dios, nunca habría firmado obra parecida.

Entonces, como vivía absorto por los dibujos animados, terminé persuadido de una verdad a rajatabla: ahí yace la perfección total, esa es la realidad digna de los dioses, una tan lejos de este valle de lágrimas que olvídate, somos apenas un deseo, anhelo utópico flotando en líquidos oníricos. Tristes sombras de ve tú a saber qué proyectos abortados.

En el santoral de mis comiquitas Tom y Jerry ocupó lugar preponderante, y no es para menos. Como en la vida misma, lo bueno y lo malo, lo apetecible y lo aborrecible, etcétera, etcétera, etcétera, hacen de las suyas mientras luchan a brazo partido por llegar triunfantes a la meta. El combate a dentelladas para imponer cuanto creemos, eso que a la postre originó lo que Darwin llamaba victoria de los más aptos -con la diferencia aquí de que los más aptos podían ser los menos, los débiles, los vulnerables, seres a quienes la biología habría barrido de un plumazo- erige como foco ciertas aventuras de un gato y un ratón, con la particularidad de que éstos envían al mismo infierno tanta cotidianidad, tanta cosa predecible de este lado del televisor. Marcan una realidad distinta, permiten suponer un mundo en cuyas leyes tiene cabida el disparate, la sinrazón, la lógica asentada sobre otra forma de contemplarnos ante los espejos. Y ahí aparecía yo, me sentía cómodo entre esos personajes, mi fe en lo que se dejaba ver en la pantalla cobraba carnadura, seguridad a prueba de cañones y entonces no, podía jurar que no vivíamos en el mejor de los mundos posibles -te pelaste de cabo a rabo, Gottfried Wilhelm Leibniz- sino todo lo contrario.

Las comiquitas eran tan reales como la mesa o la licuadora, tan verdaderas como el lápiz o el maletín de la maestra. Para mí eran la realidad viva y coleando, y lo eran porque llevaban sobre las espaldas el universo que aprendí a meterme entre ceja y ceja. Por eso nunca me intrigó lo que a muchos marcaba frontera con esto que somos: desde su cueva Jerry estiraba el brazo cuarenta o cincuenta metros y al mover con sigilo una mano, tomaba el queso que Tom guardaba a un palmo de su cama. Y Tom, al abrir un ojo y percatarse del robo en pleno desarrollo, alargaba los dedos de una pata, los extendía hasta la cocina, abría con ellos el gabinete, reptaba en su interior y cogía el martillo de aplastar la carne para estrellarlo en las sienes del ladrón. Asunto resuelto, no más problemas por ahora. Al ratoncito le lloverían otras oportunidades para ganar y desquitarse.

El mundo de El lagarto Juancho, Las Urracas parlanchinas, Mazinger Z o El conejo de la suerte fue uno que sustituyó con creces las verdades truculentas de esa masa gelatinosa, incomprensible, poco agraciada, injusta las más de las veces, en que se había convertido el día a día. Una clase de historia, los ejercicios de matemáticas, delirios como algunas explicaciones sobre el origen del sol o los volcanes y, para remate, fantasías tipo oración yuxtapuesta copulativa, sujeto, predicado, complemento circunstancial y otros chasquidos de la lengua sí que suponían embustes colosales. ¿Qué era en verdad creíble, real, aceptable, el fototropismo negativo de las raíces de los árboles o la voz astuta del zorro Brillantín en Las fábulas del bosque verde? Piensa un poco, adivina. ¿Acaso la realidad invisible de inaguantables restas y divisiones de quebrados, la multiplicación de polinomios, o más bien el vuelo de una nave, entre cometas y asteroides por toda la Vía Láctea, transportando al Capitán Futuro? Sumo y sigo: ¿el concepto de patria, la noción de ciudadano, los deberes y derechos en la Constitución o las fabulosas peripecias del gallo Claudio? Elige tú.

Lo que soy yo, tomé partido desde pequeñín. Aún en estos días me pregunto por el buen Jerry y sus avatares, recuerdo a Porkys y su tartamudez, vislumbro en el pasado a la tortuga D’artagnan, colgada de una liana, en mil fragores blandiendo su espada nada menos que en combate con un rayo. Esa era, con toda razón, la realidad. Y es que no podía ser de otra manera. Dime tú si no.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here