LA REALIDAD IMAGINADA
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Un número importante de ingleses, según he leído, cree que Churchill y Dickens son personajes imaginarios mientras que Robin Hood y Sherlock Holmes andan por ahí, vivitos y coleando, haciendo de las suyas.
Lo cierto es que el dato no me extraña. La ficción, por no ir muy lejos, suele rebasar con creces a esa señora tan rara que llamamos realidad, asunto verificable si echamos un vistazo al patio con ahínco. Una cosa es lo que damos por sentado y otra aquello que de pronto nos sorprende y nos aplasta la nariz.
En ocasiones veo a cierta gente y me da por pensar que son batracios. Enciendo el televisor, abro una revista, aparecen Pinochet o Castro, Diosdado Cabello o Maduro, y lo que en principio es plena fantasía enseguida cobra verdadera identidad: sacan sus enormes lenguas, croan a placer, dan enormes saltos y se adueñan de la repugnancia en pasta.
En la escuela muchas veces me impactaron las historias que hallé en algunos libros. El Capitán Nemo parecía sudar, se despeinaba, exponía su nerviosismo o su serenidad a cada rato, sin duda respiraba como yo. El Capitán Nemo era de carne y hueso, vivía entre mis vecinos, formaba parte del puñado de amigos con quienes me divertía a diario. Y fíjate tú, Simón Bolívar era un tipo de lo más libresco, planchado, acartonado, creación burda y fastidiosa de una maestra empeñada en trastocar mis días. Durante mucho tiempo tuve la certeza de que El Libertador no había existido nunca. Mira cómo comprendo a los ingleses.
Y aunque parezca mentira hay lugares mucho más reales que otros y algunos menos dados a dejarse encorsetar por la existencia física. Espacios que caben sin esfuerzo en la memoria, en el imaginario colectivo, en la verdad verdadera o no. Existen ciudades metidas de cabeza entre tus sienes, casi ubicables en un mapa, llenando por completo nuestro particular globo terráqueo, y existen ésas que parecen salidas de un cuento de Borges.
¿A quién se le ocurre que en un punto geográfico específico, demostrado por exactas coordenadas, yace una ciudad llamada Skopjñe? ¿Dónde cabe que Ashgabat está llena de tráfico, de vidas y de historias? ¿Qué decir de Ouagadougou, la capital de Burkina Faso, o de Tórshavn, de Islas Feroe, o de Ndjemena, principal centro poblado de la República del Chad? ¿No te parece que Nouméa, capital de Nueva Caledonia, o Vaduz, metrópolis de Liechtenstein, poseen ecos de irrealidad que no se pueden negar un ápice? No hay nada, podría jurarlo, nada más literario, más ficticio que una ciudad cuyo nombre es Nuuk, y no obstante ahí está, helada y tranquila en Groenlandia. Longyearbyen, Cockburn, Nuku’alofa, Asmara, Alofi, Yangon, la lista es larga.
Sin embargo menciono a Macondo y más de uno siente que alguna vez ha estado ahí. Casi observa sus calles, vislumbra sus atardeceres. No conoces a un fabulador de nombre Gabriel García Márquez, tampoco leíste “Cien años de soledad”, lo tuyo es la oficina o el negocio o cazar elefantes en África o qué sé yo, pero Macondo te dice mucho, Macondo es dueña de una cartografía tan real como Caracas, Quito o Ciudad Bolívar. También Liliput o Ciudad Gótica. Comala, la Atlántida, Rocadura, Santa María de Neiva, todas, todas reverberan en nosotros, dialogan sin dificultad con lo que vamos siendo, nos suenan a montón. Pero por supuesto, claro que entiendo a los ingleses.
Que Sherlock Holmes forme parte de la realidad me parece fabuloso, bastante que lo necesitamos. Que Charles Dickens pulule entre laberintos y recovecos de la imaginación me pone a pensar en el asunto, pero tampoco, digo yo, a él le hubiera molestado demasiado. Hay de todo. La verdad es que las piezas de lo real o lo ficticio nunca estuvieron equitativamente repartidas y un mínimo de justicia en ello no se percibe de buenas a primeras. En lo personal, con gusto despacharía a varios centenares de individuos al cesto de lo irreal, y otro tanto haría trayéndome a unos cuantos de allá para acá, sin que me temblara un pelo. Es que cada día estoy más de acuerdo con los ingleses. Dime tú si no.