Mi amigo Rubén
por
Fenya Antonatos-Kazana
Twitter: @fenyakaz
#amigosparasiempre
Recuerde el alma dormida, / avive el seso y
despierte / contemplando, / cómo se pasa la
vida / como se viene la muerte / tan callando.
Coplas I, Jorge Manrique
Hoy me desperté muy temprano aunque tenía ganas de seguir durmiendo, e hice lo que hago siempre nada más abrir los ojos, cogí el móvil y me metí en Facebook. Lo primero que vi fue que mi amigo Rubén partió al viaje eterno, después de haber sufrido bastante tiempo a causa de una enfermedad que se agravó aún más por las condiciones de nuestro país, Venezuela, y su situación general.
Mi corazón dio un vuelco, perder un ser querido es el dolor más grande que nos puede tocar, y lo que es a mí, ya me tocó varias veces. Acostumbrarse a no volver a ver a esa persona amada es difícil y el inmenso vacío no lo llena nada ni nadie.
Como dicen por ahí, los amigos son la familia que elegimos y durante los cinco años de la universidad y desde el primer día de clases en que nos conocimos, nos caímos bien y nos hicimos amigos inseparables. Rubén y Miguel, después Alfredo y Esteban, las hermanas Corzo, Mireya, María Elena, Ligia, y otros compañeros más. Fuimos un grupo de trece panas que andábamos pa´rriba y pa´bajo todo el tiempo juntos. La verdad es que no recuerdo haberme reído nunca tanto como cuando andábamos todos juntos, nos echábamos broma, nos molestábamos el uno al otro y la risa y la despreocupación era nuestra arma contra la realidad de la vida.
Cada uno tenía su personalidad bien definida, era como ver una historieta de Mafalda. Rubén era el que nos sacaba los apodos, el Alfi, o el Alfredazo, el Michael, la Fotibia (yo), la Cosmi, era creativo y original, muy estudioso, inteligente, líder nato y sobre todo fiel amigo. Miguel y Rubén eran los inseparables, eran vecinos y la base del grupo y ahí nos fuimos sumando todos. En clase atentos, pero después, directo al Blasón, la cervecería que estaba en la esquina donde comentábamos la clase, a los profesores y claro nos moríamos de la risa. También echamos un carro, una sola vez. El camarero no venía a cobrar y antes de darnos cuenta ya todos se habían parado y se habían ido. El camarero por supuesto nos persiguió y nos alcanzó a Miguel y a mí en la Plaza. Pues nada, para resumir, de la única que se acordó el hombre fue de mí y claro, después ¡¡¡no me quería servir!!!
Por supuesto que estudiábamos, sacábamos notones, éramos de los buenos del salón. Por supuesto que leíamos todos los libros que nos caían en las manos, por supuesto que filosofábamos, por supuesto que teníamos nuestro rollo existencial, por supuesto que nos poníamos a discutir y resolver los problemas del mundo, además teníamos la edad para hacerlo, aunque nuestro querido Rubén ya tenía su bella familia, sus dos hijos y su Gertrudis, pero al fin y al cabo tenía apenas uno o dos años más que los demás.
Algunas veces nos reuníamos para estudiar en casa de Rubén en Vista Alegre, y cuando íbamos a su casa, nos empujábamos a la vía del Junquito ¡¡para comprar golfeados!! Otras veces en mi casa, donde mi mamá nos hacía una montaña de sándwiches para que aguantáramos la noche estudiando. Un alto en el estudio significaba Rubén al piano, Enrique en la guitarra y a cantar. Y como si esto no fuera suficiente, ¡nos dio por grabar una telenovela! Por Dios, ¡cuánto talento junto!
De nuestro grupo también salieron varios matrimonios, Toti y Juan Carlos, Maria Alejandra y Ricardo Corzo, Dorys y el Alfredazo. También por el camino se fueron quedando algunos compañeros, pero el núcleo siguió adelante hasta que nos graduamos: Rubén, Miguel, Esteban, Alfredo, Mireya, Nilia, Mariena, Ligia y yo.
La vida nos separó, cada quien tomo su camino, pero el cariño permanece en el corazón, por eso hoy quiero celebrar la vida y esos momentos alegres y despreocupados que vivimos juntos, olvidémonos de los problemas que se nos presentaron en el camino. Volvamos por un momento a los pasillos de la universidad y riamos como antes, que perdure esa alegría para siempre en nuestros corazones al decirte amigo querido: ¡Hasta la vista! Ya el Alfredazo está del otro lado esperándote y tu otra mitad, Gustavo, también. Solo te nos adelantaste, volveremos a estar juntos. La muerte solo existe cuando llega el olvido, y eso no pasará, porque te recordaremos siempre.
Me gustó conocer a Rubén y a Fenya con su alegría y pasión universitaria. Sus amigos y ese ímpetu que hasta hoy acompaña a la profesional. Duelen las partidas. Precioso homenaje el honrar la vida desde la palabra escrita. Un puñadito de lo casi eterno.