EL BICHO QUE VAMOS SIENDO
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Lo normal es que el mundo se traduzca en esto o en aquello. Lo extraño es que veamos el continuum originado por lo uno o por lo otro. Parecemos máquinas binarias que organizan la realidad a propósito de pares y fíjate, a veces funciona pero en demasiadas ocasiones acabamos con los platos destrozados.
No todo resulta blanco o negro, la verdad sea dicha, y semejante advertencia trasciende lógicas de quita y pon. Cuando adolescente imaginaba que todo hombre más o menos educado era buena gente, que todo intelectual un soldado de la libertad o de la democracia, que todo cura un santo, que todo indígena un dechado de pureza y que todo pueblo sabio y bueno por donde le pasaras el ojo. Menuda concepción de la realidad llegué a abrazar, tamaña idea tuve entre ceja y ceja durante aquellos días de ensueño. Tiempo después, al percatarme del error, aquella primera certeza fue para mí el mejor ejemplo de ingenuidad monda y lironda, de consideraciones bipartitas sobre la existencia que era mejor barrer de un plumazo porque vivir lleva por dentro inseguridades a granel, contradicciones que para qué te cuento, fe de erratas que destruyen el pulcro devenir del día a día. Tales contradicciones, instaladas en esto que llamamos rutina cotidiana y descubiertas a fuerza de porrazos por inocente, aún hoy me fascinan hasta lo profundo.
Basta salir a la calle, abrir el periódico, encender un noticiero de la tele, mirar a tu vecino. Son quizás la fuente más desconcertante para conocer al bicho humano capaz de plantarse ante tus ojos. Una especie de aplastamiento de narices que no da lugar a suspicacias: la naturaleza nuestra, si es que existe tal enjundia, es una barra de jabón en las aguas límpidas o pútridas de ese ámbito que denominamos existencia. Difícil asirla aunque te lo propongas.
Te regalo un ejemplo: hay gente preparada, sensible, llena de ideas de libertad o solidaridad que al escuchar al macho alfa tronando en la pradera de la política y sus caudillos, se baja los pantalones, se orina encima, se enajena y contorsiona ojos en blanco de por medio, y tú ahí, perplejo, observas y le das vueltas al asunto y dices hay que ver, la distancia habida entre aquella ilusión adolescente y esta bofetada de la realidad en el aquí y en el ahora.
Los ves a cada rato, en el Chile de Pinochet, en la Argentina de Videla, en el Paraguay de Stroessner, en la Cuba de los hermanitos Castro, en la Venezuela de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y su panda de delincuentes. Así como del buen salvaje al buen revolucionario hay pocos pasos -pienso aquí en un ensayista como Carlos Rangel-, del pueblo que nunca se equivoca al que mete la pata hasta la ingle media una distancia milimétrica. No me digas que no resulta elemental. No me digas que uno más uno no son dos. Total, que el imberbe que antes fui mira hacia el futuro y lo que se despliega abre las fauces como un tiburón blanco. Moraleja y conclusión: más vale prevenir que lamentar, mejor tomar al toro por los cuernos según hubiera aconsejado mi abuelita, de modo que no, no todo pueblo es sabio ni su voz es la de Dios, ni todo cura angelical ni cualquier tipo que haya pasado por la escuela va por ahí dando sablazos en favor de la libertad y otras lindezas. Justo al contrario, somos peligrosos, contradictorios, villanos, idílicos, héroes, leales y traidores, bichos cargados de ternura o dinamita en proporciones más o menos equivalentes, lo que da razón a Plinio el Joven cuando atisbó aquella seña que llevamos tatuada a fuego: “El mayor número de los males que sufre el hombre proviene del hombre mismo”. Ojo de águila, sin duda alguna. Verdad de Perogrullo, dime tú si no.