LO COMPLEJO Y LO SENCILLO
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Conozco a un tipo que complica las cosas. Conozco a otro que las facilita. Entre complicar y facilitar hay más que gramática y verbos, media un universo capaz de resucitarte o regalarte un ataúd y mira que una palabreja y otra van de la mano, resultan inseparables, viven su vida como aceite y agua echados en cualquier frasco. Juntas pero no revueltas, diría una tía que en paz descanse.
Entonces pienso en el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, en el Yin y el Yang, en el gordo y el flaco, en Laurel y Hardy, y así. Como ves, tengo amigos uña y carne que complican o facilitan en proporciones más o menos equivalentes según el punto de vista con que trajinan los días, lo cual dice mucho a propósito de ciertos horizontes, de algunos planos frente a eso que llaman existencia. Todo va -soltaría también otra tía- según los anteojos que te pones sobre la nariz.
Lo complicado es complicado y lo sencillo muy sencillo justo en el mismo instante, al unísono, todo a la vez como en los combos de McDonald’s. Mi amigo, que lo complica todo, el otro día tuvo una bronca de película en el consultorio del señor González, gastroenterólogo ceñudo a quien debió acudir por una flatulencia que no lo dejaba en paz. La pelea se suscitó luego del diagnóstico y las recomendaciones: “anda usted de lo mejor”, soltó González acomodándose los lentes. “Camine un poco más, incremente la ingesta de verduras y tómese estas pastillitas, que son un multivitamínico estupendo”. Mi amigo, que lo complica todo, sintió la sangre hervir al punto de que, sudoroso y con abundante espuma que chorreaba por sus fauces, rugió al pobre doctor: “¿Qué demonios significa andar de lo mejor?, ¿acaso es un imbécil, acaso no me ve?, ¿no se ha percatado de que estoy en lo último?”, y lo demás es historia.
Mi amigo, que facilita lo que se te ocurra, busca siempre el veredicto a tono, el escenario perfecto, el justo dictamen que desea escuchar, así que si se acerca por el hospital procura la segunda, la tercera opinión que calza como el pie de sus deseos en los zapatos de la realidad más exquisita, y si va al odontólogo también, o al consultor de empresas o al mecánico. Mi amigo, que lo facilita todo, suele invitarme por lo general a las seis, hora del crepúsculo en que se sirve un whisky doble y ve pasar la vida desde la sala de su casa y clinc clinc, salud, bebe hombre, bebe, dando por hecho el acento rosadito de esa tarde y todas las que se avecinen.
Lo mejor ocurre cuando el que complica todo y quien facilita lo que quieras salen juntos. Es como ver la Luna y su cara oculta frente a ti, sin misterios ni pudores a plena luz de la mañana. Contemplarlos haciendo de las suyas implica echar un ojo por la ranura de la entrevisión, intersticio que despliega el horizonte más ancho y aleccionador que cabe imaginar. Te percatas de que esto o aquello es siempre relativo y compruebas además que dos y dos son cuatro pero a veces también cinco. Menuda certeza de cabeza en los bolsillos.
Lo que soy yo, observo, disfruto, y a veces complico y a veces facilito. Qué le voy a hacer. El otro día les pregunté sobre una cuestión de documentos, abogados y demás dolores de cabeza. El primero sonrió y puso más hielo al gin tonic del momento y el otro enmudeció mientras un rictus trágico se abría paso por la comisura de sus labios. Yin y Yang, nunca antes mejor dicho. Como siempre, quedé maravillado.