ENEMIGO IMAGINARIO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Soy un redomado terco y fíjate, como decía mi abuelita, es una condición que se me dio desde pequeño. Cuando era niño la evidencia apareció dándole un puntapié al hecho normal en tantos casos de la infancia, o sea, ésos en que Juanito o menganito tienen amigos imaginarios. Yo, por las razones antedichas, lo tuve pero al contrario, gané en tal plano un enemigo que todavía hoy hace de las suyas.

    Como por terquedad fabriqué el enemigo perfecto, mis años de jardín de infancia, escuela y demás institutos parecidos estuvieron cargados de adrenalina y de vértigo. Por ahí salí ganando, por la aventura y la loca acción de cada día, pero en función de los problemas, todos derivados de una enemistad de antología, llevé palos a diestra y siniestra.

    Al principio un enemigo imaginario me hizo sentir distinto, único, sin par. Pedrito Antequera, sentado en su pupitre a mi izquierda, hacía las delicias con un elefante salido de sus más profundas fantasías. Alejandro, detrás y a la derecha, correteaba en el recreo con un tigre de bengala alucinante. Si me preguntaban por Doménico -así se llama mi enemigo ve tú a saber por qué endemoniadas razones-, aparecía entre enormes saltos y, claro, como siempre fue invisible excepto para mí, hacía putadas sólo por el sádico placer de divertirse. Lanzaba pedos mientras yo atendía alguna petición de la maestra y el responsable, por supuesto, terminaba siendo yo. Volvía a lanzarlos en pleno círculo de amiguitos y amiguitas mientras discutíamos si atrapar renacuajos en el río o largarnos a pasear en bicicletas. Largaba zancadillas y daba coscorrones a Raúl, el grandulón de la clase, lo que me hacía huir despavorido con el gigante respirándome en la nunca, todo para al fin recibir mi merecido. Soltaba palabrotas frente a la señora Martha, profesora de naturales en segundo de bachillerato, cuestión que ameritó citaciones a mis padres y castigos que incluían no poner un pie en el cine y no jugar al fútbol ciertas tardes. Y así.

    Todavía ahora, en más ocasiones de las que yo quisiera, suele aparecer sin previo aviso. El otro día, en plena reunión en la oficina, derramó mi café sobre los documentos de Teresa, que por lo general toma asiento a mi lado. La verdad es que el enemigo imaginario nunca es una bagatela, motivo por el cual trato de erigir trincheras, guaridas, defensas más o menos efectivas, asunto que trae a veces consecuencias tranquilizadoras pero no por mucho tiempo. Doménico, pese a ser quimérico, figurado, irreal o como quieras, posee la inteligencia más aguda que haya visto -todo menos el evanescente producto del cerebro que lo imaginó-, y eso me obliga a cambiar a cada rato estrategias, buscar prevenir sus movimientos y, en fin, estar día y noche con los pelos de punta sólo de pensar en venideras ocurrencias. Como para sufrir de los nervios, dime tú si no.

    Un enemigo imaginario semejante cabe de pe a pa en la lista de los más grandes dolores de cabeza, habidos y por haber. De adolescente traté de ganármelo siendo amable y dejándole, pongo por caso, la mitad de mi merienda, pero todas las veces se las arregló para comerse el pastel, beberse los refrescos, pedirme algunas monedas prestadas con la promesa incumplida de devolverlas pronto y reírse a carcajadas cuando me hacía quedar en un ridículo espantoso. Después, al paso del tiempo hallé la forma de vivir más tranquilo con Doménico listo para pellizcarle el culo a esa chica en nuestra primera cita y me resigné a perder las esperanzas de trocar la enemistad en amistad monda y lironda. Hoy, la verdad es que las cosas han mejorado como no tienes idea. Mi enemigo imaginario, quizás por hastío o desinterés, irrumpe alrededor cada vez menos y si lo hace nada más observa, sonríe, me guiña un ojo con viveza para luego irse calle abajo o marcharse dando un portazo que siempre mosquea a quienes me acompañan.

    Tiene las de ganar y puede ser una artimaña, eso no lo dudo, pero te confieso que ya no es como antes. A lo mejor la camaradería está por surgir, no sé, lo que me lleva a darle el beneficio de la duda. A ver qué ocurre entonces. A ver.

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