VIAJE AL FONDO DE UNA SOSPECHA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Las huellas se desvanecen bajo la nieve, el blanco abrazo de tu partida.

Jonh Berger

    Cuando leí a Sartre por primera vez quedé enganchado para siempre. Su inteligencia de hielo, esa forma entre maquinal y aplastante de ejercer una lógica de la que no tienes escapatoria, supuso años después que incluso dedicara a él la escritura de una tesis universitaria. Decía el pensador francés que vivir pasa por darle rienda suelta a tu capacidad de elección.  Esto iba de la mano con el hecho de ejercer la libertad, asunto sine qua non a la hora de dar tumbos por este mundo pues de tales polvos se origina el lodo de cuanto labramos en función de cierta realidad ineludible: la fragua de nuestra esencia.

    Construir tu esencia constituye el punto clave. El resto de los seres vivos, las estrellas, el enjambre de objetos con el que tropiezas a cada minuto aparecen frente a ti con su esencia ya consolidada, con lo que fueron, son y serán. La calculadora, tu bolígrafo, el libro que lees, tu bicicleta, tu perro Bobby, en fin. Sólo el humano lleva en las alforjas la hechura de su condición, es decir, aquello que decide ser, labrada a fuerza de martillo y yunque, de libertad y manos a la obra. Somos hojalateros de vidas que intentamos aproximar a un ideal profundo y personal. “La existencia precede a la esencia”, sostenía Sartre a propósito de lo anterior, asunto que me marcó a fuego luego de leerlo en algún tomo de la colección Salvat en la biblioteca de mi pueblo.

    Cuando tocó salir de mi país recordaba estas cuestiones. No había decidido irme por libre escogencia sino por la razón sencilla de que ya olfateábamos, en la familia, una realidad más asfixiante que la de entonces, un entramado de circunstancias que en poco tiempo derivaría en algo más que peor. Ahora echo la mirada atrás y la imagen de una Venezuela hoy destruida  por quienes ejercían el poder sobre cadáveres de estudiantes, represión y torturas, estaba ahí, enfrente, como un espejismo que por desgracia confirmo en el presente.

    Pensaba en lo anterior y llegaba a la conclusión de que hacer las maletas, con familia a cuestas, era una realidad impuesta que de otra manera jamás habría aparecido en mi camino. Reflexionaba a propósito de los zapatos que a modo de ruta obligatoria la vida me calzaba y de nuevo Sartre aparecía entre ese manojo de elucubraciones. Y al meter sus narices introdujo asimismo la perspectiva que desde ahí fue luz, particular horizonte que dio un vuelco al clima gris que imaginaba. Entonces sospeché que migrar es también ejercer la libertad.

    Nosotros corrimos con suerte. He escrito en otros lugares que salí con trabajo, ya con perspectivas más o menos claras hacia un país que se convirtió en nuestra segunda casa. Ecuador nos ha brindado a manos llenas la calidez del hogar y el nicho necesario para  construir una vida, al modo de Sartre, existiendo cada día. “La existencia precede a la esencia”, retumba en mi memoria: una verdad tan grande como el Himalaya. La Pontificia Universidad Católica del Ecuador, con los brazos abiertos, recibió a uno más entre sus filas.

    Así como migrar puede equipararse a un ejercicio de absoluta libertad, es asimismo un escape. No te vas porque te dio la gana sino que partes porque en la línea del horizonte vislumbras los colmillos afilados de una realidad que con todas tus fuerzas intentarás evitar a tus hijos. Haces tus maletas, sí, para escapar. Y escapar va de la mano con la palabra esperanza, que de esta manera gana nuevo empuje aunque en principio no tienes certeza ni mayores referentes de la ciudad  que será tu nuevo espacio en el futuro próximo. La incertidumbre reina en los parajes de quien emigra, cuestión que alberga un curioso extrañamiento,  en primer lugar por las sensaciones cruzadas que anidan en ti: no crees lo que vives, parece un mal sueño del que por fortuna despertarás pronto y, en segundo lugar, sientes a la vez que eso que haces es sin duda alguna lo mejor, la decisión lógica, plausible, ineludible, que te llevará junto a los tuyos a retomar el control de cuanto va siendo la existencia.

    Quito, hoy por hoy, es mi ciudad. Es la ciudad. Aquí he evidenciado cómo resistir es un verbo que de igual modo cabe a sus anchas, por completo, en la acción y efecto de largarte. Mientras tu libertad te arrojó al viaje, a la búsqueda de vida y posibilidades arrebatadas por una dictadura cuyo apego al poder es uno y lo mismo que sus crímenes, corrupción, violación sistemática de los Derechos Humanos y capacidad  para la represión y el asesinato carentes de toda contención, digo, mientras la libertad ejercida derivó en decir adiós, al mismo tiempo la llegada a tierras jamás antes visitadas poco a poco pasó a ser transformación, y por supuesto construcción.

    Migrar, lo escribo con todas sus letras, supone transformar y construir. Desde la libertad, la asunción del paradigma sartreano culmina en el reordenamiento existencial que da sentido a nuevas circunstancias. Las ansias por un futuro acorde con lo que pretendes para tu familia implica erigir ese futuro desde sus cimientos, por lo que haberte ido, ese primer paso, no es aproximación hacia la nada, hacia el abismo o la angustia frente a días, semanas o meses por venir. Aquí transformar es una realidad que forjas de a poco entre vivencia y vivencia, y construir adquiere todo el sentido de este mundo, uno que por primera vez en mucho tiempo sientes que se troca en lo previsto, que nace de ti, de tu existencia en función del punto de fuga que vislumbras como futuro, hecho posibilidad real, como la imagen naciente sobre el papel del fotógrafo que encerrado en su laboratorio observa su aparición. Y la ves materializarse, la ves ganar nitidez, y recuerdas de nuevo, con agradecimiento, al filósofo que te obsequió la idea inicial. Vaya razón tuvo antes y ahora.

    Más allá de los buenos o malos resultados, migrar es de igual modo una apuesta. Toda apuesta  se cobija en brazos del azar, de cierto azar cuando menos, pero mira tú, Sartre no pasó por alto tamaña verdad. En un mundo cuyas limitaciones, cuyas azarosas determinaciones y circunstancias en las que a tu manera chapoteas no has elegido ni por asomo, puedes, no obstante, elegir. Fernando Savater hablaba de estas cosas subrayando que tenemos opciones diferentes, un abanico abierto  de senderos que tomar. En ello radica el clímax de la libertad, médula que te atraviesa aunque quizás ni lo sospeches, y por tal disposición decidirte, subirte la mochila a las espaldas y dejar todo atrás implica, vale la pena repetirlo, pleno ejercicio de libertad, de escape, de resistencia, de transformación y construcción. No me cabe duda.

    Con toda razón John Berger escribió: “Emigrar es siempre desmantelar el centro del mundo y mudarnos a uno de sus fragmentos, a uno solo y desorientado”, lo cual da a entender el sino terrible de su significado cuando emigrar consiste en un acto obligatorio. Y a pesar de semejante sentencia hay un antes y un después, condenado este último a atravesar el cedazo de la libertad. Cuando tal hecho ocurre, ser libres cobra carnadura diferente porque comprendes que va aparejado con lo que sigues llevando a cabo -un quehacer sin aparente fin, siempre en gerundio- y terminas frente a un tú de renovada presencia. Esa es la idea fundamental y en ella se asienta la posibilidad de una experiencia que antes fue únicamente sospecha, eso que alguien llamó “anhelos del corazón”. Sartre hizo lo que pudo: luego de su genio, ya podemos mirar de otras maneras.

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