TIEMPO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Aunque no tengas conciencia del asunto vivimos subordinados a los instrumentos. El mundo feliz o trastocado que imaginaron inventores, pensadores de pelajes variopintos o locos entregados a soñar un universo controlado por las máquinas, no anda demasiado lejos. Qué se le va a hacer.

    El otro día me dio por desprenderme de la civilización. Con todas las ganas me eché de cabeza en brazos de un experimento fabuloso. Primero lo planeé en mis ratos libres, intenté darle forma en ese espacio mágico que llevamos dentro -la imaginación, claro está- gracias al preciso mecanismo que pintan millones de neuronas. Luego trascendí caja craneana y fui a parar al plano de las concreciones, con el único propósito de respirar más y mejor (respirar más y mejor es una frase que uso a falta de otra capaz de sustituirla con acierto). En fin.

    Un día, sólo un día sin reloj, sin teléfono, sin leer los periódicos, sin tv, sin computadora, sin twitter, sin waapsaap y demás juguetes parecidos. Un día como todos los días: levantarse para ir al trabajo, ducharse, peinarse, vestirse, despedirse de todos con un beso y de espaldas a manecillas, piñones, engranajes, enchufes, tornillos o chips capaces de marcarnos como nada el día o la tarde, capaces de urticarnos con cuanto ocurre o debería ocurrir aquí y al otro lado del planeta. Veinticuatro horas en las que el tiempo se trocó en fisonomías indescriptibles. Las horas, piénsalo un instante, transcurriendo arrastradas por el mero azar. Esa brújula que nos orienta echándose una siestecita de lo más extraña y entonces ahí nos vemos, en el fondo de lo que vamos siendo, a la escucha del rumor de otras estancias, al son de pulsiones no menos inquietantes. Quién iba a decir que cronos es una masa pegajosa. Créelo con todas sus letras, una especie de crema batida que se expande sobre el pan de cada segundo haciendo de las suyas.

    Cuando un reloj vuela en mil pedazos queda en su lugar el hueco de posibles formas nada más prefiguradas por lo que te empeñas en crear. Supongo que algo como esto va de la mano con la libertad. ¿Tiempo libre? No, no, no, el tiempo libre importa aquí un pepino. Por mucho que hagas o no hagas, la médula de la cuestión radica en patearle los huevos al Casio, al Citizen, al Seiko o al Blancpain, orgullosos, felices y sonrientes desde la pared o desde tu muñeca. El sitio es lo de menos.

    Juro por todos los dioses que el experimento ha sido cualquier cosa menos fuera de lugar. Al día siguiente, al despertar, cuando me eché  el Tissot encima y di el último sorbo de café mientras escuchaba el noticiero de las siete, cuando terminé de anudarme la corbata y salí en estampida para la oficina, el reloj de la avenida 12 me sacaba la lengua entre divertido y malintencionado. Comprobé otra vez que el tiempo es un bicho maloliente, sadicón e interminable. Entonces proseguí como si nada. 

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