EL HOMBRE QUE SE ENCONTRÓ A SÍ MISMO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    ¿Cómo eres? No lo sabes. Por más que intentas dar contigo y por mucho que te plantas ante el espejo apenas vislumbras regiones neblinosas. Asomas la mirada por cierto resquicio, intuyes o supones algún perfil de cuanto podrías ser.

    Pasas por las vitrinas de las tiendas y ahí te ves, reflejado en ellas, y luego vas a la oficina, te encuentras con el jefe, saludas a la secretaria siendo ya otro. ¿Quién eres? No lo sabes y para indagarlo te imaginas un insecto. El bicho que eres tú yace tendido sobre el portaobjetos. Estás en las entrañas de un microscopio, allá a lo lejos, en las clases de bachillerato.

    Una excreción de ti mismo, nada extraordinario porque se sabe que todos poseemos un doble, un alter ego que pulula aquí o allá ve tú a saber cómo y por qué. Una excreción de ti mismo que te observa desde su cama de vidrio, desde el microscopio, mientras tú la escudriñas a la vez en el mutuo vínculo de dos que termina siendo uno.

    Lo miras de frente, le cuentas las patas, te detienes en la cabeza, en el tórax, en un abdomen que el lente multiplica y estira como a un chicle. ¿Quién diablos serás? El otro día estabas echado en el sillón, encendiste un cigarrillo, pensaste en ti y sonreíste casi satisfecho porque de a ratos la certeza aparecía como un relámpago, fugaz pero muy real. Entonces eres Octavio, te llamas Octavio Pérez Carvajal y nadie puede afirmar lo contrario. Te gusta el té con leche, adoras el fútbol, detestas los atardeceres de los jueves.

    Anda a averiguar por qué un atardecer de cada jueves nubla tu felicidad, de lleno y sin excepciones tan pronto los violetas y los ocres y esos carmesíes de espanto impregnan tu retina. Lo ignoras pero qué demonios importa, eres así y basta, se acabó, de modo que poco a poco vas dando contigo en el ejercicio entomológico que llevas a cabo frente al insecto que tienes cogido por las patas.

    Quién lo iba a sospechar: un animalejo con pelillos en el lomo -o como se llame esa protuberancia- capaz de ser tú al mismo tiempo que también es él. Te observas echado, dirías que con placidez en el portaobjetos del liceo, y te preguntas cuánto de Octavio y cuánto de coleóptero corre por tus venas.

    Sabes ahora más de ti que cualquiera con idénticos afanes. ¿Quiénes han tenido la fortuna de encontrarse frente a frente con ellos mismos? ¿Conoces a alguien capaz de atravesar verdades que ni por asomo te dirán en la escuela, te develarán en los templos o leerás en algún libro? Lo que soy yo, reconozco el privilegio de una realidad que no por enigmática es menos importante, sobre todo luego de hacer las sumas y las restas. Has dado contigo, la búsqueda fructifica como nunca, al punto de que tienes claro que tus ojos compuestos, tus dos pares de alas y tu gusto por lo dulce vienen de tu padre, mientras que el placer que sientes al volar es regalo de tu madre. Eso, y la paciencia inacabable, un saber estar ahora y aquí en un presente sin tiempo ni  perturbación, que qué zen o yoga y demás inventos parecidos.

    El otro día descubrí unas glándulas que en principio me llamaron la atención. Eran bultos detrás de las mandíbulas, poco perceptibles sin no te detienes a examinar con ahínco. Entonces, con seguridad gracias a ellos, de un tiempo para acá puedo escupir un líquido entre gelatinoso y maloliente. Sé que se trata de veneno, pues basta irritarme si alguien altera mi tranquilidad para de seguidas atacarlo  e inyectar esa sustancia que lo mata.

    Vaya mecanismo de defensa. Si los crímenes perfectos jamás han existido ten la seguridad de que ya no más. Aquel muchacho en el colegio, un maleantillo que llegó a golpearme a diario cada vez que salíamos de clases, es ahora cadáver. Me gotea el colmillo sólo de pensar que jamás nadie sabrá un ápice a propósito de lo ocurrido. Por su parte Cara e Perro, el guapetón del barrio hasta estos días, alimenta ahora narcisos por los siglos de los siglos. Y Eusebio Sáchez de la Cruz, Don Corneto para los amigos -hombre insoportable donde los haya-, chilló como cochino mientras mordía el polvo de la acera.

    Es magnífico encontrarte, verte en el espejo y como si nada ganar conciencia de lo que vas siendo. Te despiertas, orinas de lo lindo, te plantas después ante el azogue, te lavas los dientes, te pasas el peine por los rizos y de seguidas sales a la calle, sonriente, feliz, en busca de Carlos Roberto Mendoza, quien hace tiempo te quitó una novia.

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