LOS LIBROS QUE TE HABITAN
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Irene Vallejo ha escrito un libro fabuloso que llamó El infinito en un junco. En él nos dice: “Todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella”. Si llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas, llevamos de igual modo su libro de cabecera, la novela de una vida que, sepámoslo o no, da cuenta de una historia que empalma con lo que vas siendo.
Novela de todos los días, desde el amanecer hasta que te das de bruces con la almohada. Desde el primer llanto hasta la última campanada. Sin estar consciente, sin soñarlo siquiera, vives en directo tu particular trama literaria, esa que cuelga de los minuteros en cada hola qué tal, en todos los cafés de la mañana, tarde o noche.
La biblioteca que te habita abraza un punto de fuga capaz de orientar anhelos, ganas de echarte a andar. Estamos cincelados a base de palabras y esas palabras se transforman en un cuento que a su vez tejes entre sístoles y diástoles cotidianas. Somos lectores de nosotros mismos al mismo tiempo que nos hacemos creadores de una única obra, por irrepetible y por original. La obra del libro que cada quien se sube a cuestas.
Terminamos como retazo de huellas, acabamos siendo textos que anidaron ve tú a saber por qué razones y aquí están, entre vientres, pechos, muslos, espaldas, corazones y almas. Como algún Frankenstein de estos días trocado en materia literaria, llevas tus entrañas y también tu rostro embadurnado de letras. Letras ajenas, distintas, cargadas de ciertas realidades tan disímiles como semejantes. Tan otras como propias. Eso eres, una criatura salpicada de textos, consonantes, vocales, lomos, portadas, folios, y con todo ello robas el fuego a tus dioses. No lo dudes, una biblioteca es la morada que también te habita.
Pienso en todo esto porque días atrás doné buena parte de mis libros. Casi todos, para ser exacto. La biblioteca que llevo dentro no sabe de tales andaduras pero la biblioteca que tenía afuera ha sido la protagonista. No vivo en Venezuela desde hace ya bastante y no he planeado regresar mientras el crimen hace de las suyas bajo la forma de un gobierno infecto. Entonces nada, intento soltar, lo intento de veras. Me quedé con unos pocos -Cortázar, Vargas Llosa, Úslar Pietri, ciertos clásicos, más los que fueron regalo de mi madre a través de los años-. Todo para sacarle la lengua a la melancolía y para propinarle un puntapié en las nalgas a esa señora desdentada llamada desmemoria. Los demás viven ya en otras habitaciones, en otras manos, en otras geografías.
Mi biblioteca fue a parar a una más amplia que la contiene. Me alegra imaginar brazos extendidos que la reciben, ganas nuevas de escudriñarla, miradas ansiosas que la hurgan y encuentran acaso lo que yo también hallé. Mi biblioteca forma parte de una organización venezolana cuya razón de ser son los libros. Para darlos a conocer, para enseñar a amarlos, para intentar que otros se metan de cabeza en el placer de leer y hacerlos suyos.
Entonces me pregunto qué pensará, qué gestos alumbrará de pronto en el rostro de quien pasa la vista por algún capítulo y se da de bruces con mis rayones al margen, mis comentarios emocionados o decepcionados, mis marcalibros olvidados en ellos -un trozo de papel doblado, la tarjeta de visita al odontólogo, una postal con foto de Edgar Allan Poe-. Los nuevos lectores harán lo suyo, escribirán quizás al borde, rasguñarán ideas con letra mínima, subrayarán frases para recordarlas, y quizás se entable un diálogo distinto, no sólo entre quien lee y quien escribió, sino entre quien leyó antes, yo para más señas, y quien lee de nuevo ahora. Por donde lo veas, los libros crean absolutas maravillas.
Sabrás que están llenos de fantasmas, no faltaba más. Lo fascinante es que son espectros que vivitos y coleando hacen parte activa de la literatura, lo cual no es de extrañar si tienes en cuenta que lo literario fabrica universos enigmáticos donde los haya, locos a su manera, cuerdos también, dime tú si no, llenos de vigilia, de sueño y duermevela. Una suerte, una verdadera suerte que así sea.