EL OTRO Y EL YO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Cuando supones que todo está sobre la mesa, que las cartas boca arriba guardan la promesa de los juegos limpios, te llevas tu sorpresa.

    Sales de la clase, caminas hasta el bar de Filosofía y pides como siempre un americano. Tomar café después de acabar las dos horas del seminario de los jueves es un regalo que te das, que cumples con la certeza de quien se sabe más feliz luego de hacerlo.

    Entonces lo ves andar despacio, con la mochila a cuestas sobre el hombro izquierdo. Hace un momento parloteaba en el aula, un muchacho de unos veinte, veintitrés a lo sumo, con ganas de hablar mucho y decir poco. En fin. Te mira, se percata de que estás al alcance de la mano y ya puedes jurar que serás blanco de sus pasos.

    Desde que tengo uso de razón he sido un solitario, de modo que el horizonte que se abre para los próximos segundos no me causa gracia. Dicho y hecho, apenas intento escabullirme, justo cuando hago las veces de mago improvisado al ocultar mi rostro con El jardín imperfecto, de Tzvetan Todorov, el chico está ya a un metro de mí. No tengo escapatoria. Y de inmediato saluda a quemarropa: “hola buenas, ¿lo puedo molestar un momento?”

    Lo que en tantas ocasiones pasa. Lo de siempre. Un texto, el cuento que ha llevado entre ceja y ceja, materializado ahora en diez cuartillas. A ver qué tal, a ver qué opino, a ver qué me parece. Soy un deslenguado que dice lo que piensa y que muchas veces no piensa lo que dice, pero me contengo. Ya te podrás imaginar. “Claro, no faltaba más, moléstame, moléstame”.

    Da las gracias, se disculpa por el atrevimiento y con hipocresía le hago ver que no hay por qué. Son párrafos cortos, frases separadas sólo por puntos y seguido. La historia es un manojo de lugares comunes que alguna vez otro, un editor poco exigente, llevó al papel sin mínimo remordimiento. Sigo leyendo, página tres, página cuatro, página siete. Es un cuento mío, muy viejo, viejísimo, me he reconocido por completo, un cuento de primera juventud atrapado en las telarañas de la desmemoria. “Buen intento, escribe, continúa así, y sobre todo lee cuanto pase por tus manos”, termino por sugerir.

    La verdad es que no supe qué pensar. Una broma, una tomadura de pelo, el atrevimiento de alguien que hace lo que hace para sacarle la lengua al aburrimiento o qué sé yo. En la siguiente clase, al dejar sobre la mesa del salón mis libros y apuntes y papeles, extendió otra vez el brazo para ofrecerme los folios. “Otro cuento, lo terminé ayer”, dijo sonriente.

    Lo tomé. El chico volvió a su silla, yo terminé la clase sin contratiempos. Ya en el café el texto se desmigajó en la trama que había construido hace tres décadas. La historia de un hombre que poco a poco se transforma en la antítesis de sí mismo hasta desaparecer, hasta no reconocerse, hasta perder por completo la cordura. “Se trata sin dudas de una broma”, pensé, “qué se le va a hacer, hay que seguirle la corriente”.

    El tercer relato fue tomado de una revista que apenas recordaba y en la que publiqué sólo una vez. En 1985 o 1986 si no me traiciona la memoria. Fui a la biblioteca con la esperanza de recuperarla pero no figuraba en el registro hemerográfico, asunto nada extraordinario porque había sido de muy poco tiraje, casi inexistente, sin mayor importancia para nadie.

    Ocurrió lo mismo con la cuarta, quinta y sexta entrega. En cada una de ellas, asombrado y no sin molestia, pude verme hasta la última palabra, con el añadido de que el joven parecía esforzarse mucho más al revelarme los detalles: cómo llevó al papel sus experiencias, cómo urdió cada relato y de qué modo imaginó tales o cuales situaciones. A la luz de hoy he comprobado que nada extraño se oculta detrás de todo esto. Sé que la razón existe para desentrañar cuanto de buenas a primeras pinta de lo más confuso, así que ya no tengo dudas: soy un alter ego, un duplicado cuyo original tuve frente a mis narices ve tú a saber por qué motivos. Soy, con seguridad y qué más da, el impostor que hasta hace poco jamás vislumbré en mí. La verdad es que nunca se me habría ocurrido.

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