UBICUIDAD

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Recuerdo la primera vez que semejante palabreja golpeó mis oídos. Corrí al diccionario: “f. Cualidad de ubicuo”. Joder, quedé en las mismas. Volví a buscar. Ubicuo: “adj. Que está presente a un mismo tiempo en todas partes”.

   Había dado en el clavo. Memoricé el significado y la alegría lo inundó todo como una especie de secreto aliento, de confirmación expresa a cuenta de mi sueño a cualquier hora: estar aquí y allá, jugar béisbol y estudiar geografía, no perderme Ultramán mientras hacía una copia ilustrada, ir al cole al mismo tiempo que al cine. Me sentí embadurnado de eso que se llama suerte.

    Viéndolo bien, conocía por dentro la palabra. Ya a esa edad chapoteaba en los fabulosos laberintos de su relojería aunque nunca hubiese escuchado de ella. La cualidad de ubicuo, ni más ni menos, porque mira que estaba presente a un mismo tiempo en todas partes -que sí, que sí, a un mismo tiempo en todas partes- cuando de sacarle la lengua al tedio se trataba. La maestra haciendo de las suyas, tiza en mano, tabla de dividir sobre el escenario y yo entre Andrómeda, Alfa Centauro y Orión.

    Cierta vez me llené de valor y pregunté a quemarropa: “señorita Gutiérrez, ¿también usted es ubicua?” Juro por Dios que un segundo después mi corazón era una máquina sin tino ni control. Su rostro, aquel gesto, fueron el inequívoco señalamiento de algo sinónimo del mal, de lo reprochable e indebido. “¿Si no lo fuese cómo habría de lidiar con ustedes?, anda, regresa a tu pupitre, ¿terminaste la lección?”

    El desencanto me llegó hasta las uñas. Me creía un ubicuo completo, de cabo a rabo, y no me preguntes por qué pero me sentía además un ubicuo único, es decir, tenía para mí que nadie más disfrutaba de serlo. Que la señorita Gutiérrez gozara de tal condición no entraba en mis cálculos, en esencia por razones prácticas aparte de ontológicas. Prácticas: ¿cómo ser ubicua la mujer que siempre está aquí y sólo aquí, yendo de la capital del Zulia a la de Nueva Esparta y de ahí a la suma de quebrados, para cuando mucho terminar en un sujeto o predicado o complemento circunstancial de modo? Ontológicas: ¿El ser ubicua no será incompatible con permanecer aquí, siempre aquí, por los siglos de los siglos aquí?

    No le creí, no lo acepté, y por lo tanto volví feliz a mi lugar. Supe desde aquellos días que lo ubicuo cobraba carnadura en el diccionario, pero lo más importante, que no todos, que muy pocos, que poquísimos, que únicamente yo daba cuenta del poder estar o no, de estar leyendo historia o no, o como me gustaba vislumbrarlo más: estar leyendo y no estar, porque en paralelo disfrutaba frente al televisor, Tarzán y Chita conmigo, toda vez que correteaba  por la cancha y pedía helado de fresa y nadaba en la piscina y jugaba a las canicas. Y me lanzaba por el tobogán,  y salía de pesca con mi padre, y me largaba también en bicicleta.

    Soy un hombre con suerte, claro. Ser ubicuo me ha brindado la oportunidad de vivir lo que imaginarás como una bendición. Y lo es. Camino a la oficina, trabajo en el informe, converso con el jefe, disimulo algún bostezo en la reunión de los jueves mientras todo me pasa en el Himalaya o en las playas de Hawai, y la vida se abre como una ostra que regala sus perlas, sí, claro que sí, a un mismo tiempo en todas partes.

    A veces creo notar que se percatan. Alguien, creo entrever, a la escucha de cierto tintineo que la ubicuidad quizás emite, anda tú a saber cómo y por qué. Entonces fruncen el ceño, pobrecitos, y escrutan e indagan desconcertados para acabar por decir: “mira a éste, otra vez en la Luna. Cómo le gusta papar moscas a la hora del trabajo”.

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