OBJETIVIDAD A TODA PRUEBA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay gente dedicada a meterse en cosas raras. Sólo por mencionar a la familia, yo, por ejemplo, llevo trece años meditando sobre quién llegó primero, si el huevo o la gallina. Por si esto fuera poco, un primo lejano analiza de cabo a rabo, todos los días de su vida, el espín tal del electrón cuál, ve tú a saber cómo y por qué.

    Ayer, un señor muy afectuoso obsequiaba algunos besos a una dama, justo en la mesa contigua a la que había elegido quien escribe. Nadie de los presentes pudo percatarse, por simples razones de geografía (los otros comensales estaban lo suficientemente distanciados) de que un mesonero, recatado y como quien cuenta algún secreto, le pedía al enamorado más decoro al expresar sus sentimientos. Lo que unos besos de lo más ingenuos provocaron, me pareció el colmo de la exageración llevada al plano del reclamo.

    Entonces, cuando todo parece volver a lo normal, enciendo el televisor y la realidad supera de sobra a la ficción. Ahora resulta que un político exige a un periodista que practique la objetividad, asunto que me devuelve al inicio de este escrito: hay gente dedicada a meterse en cosas raras.

    Supongo que lo de objetivo pasa por hecho tan normal como ir al baño o ponerse la camisa. Esa es una palabreja que efervece en la mayoría de las bocas. Andarse con objetividades, digo, para el político de marras debe consistir en cuadricular la realidad de modo que esa realidad no presente mayores diferencias con aquella que percibe un chino, un alemán o un esquimal. Para esta gente la objetividad tiene certificado de origen, fecha de caducidad y no es más que un aparato listo para producir salchichas, es decir, nada menos que piezas en serie.

    Soberbia estupidez, claro. Ocurre que la objetividad se da de bruces con el más puro concepto de lo humano, pues es sabido hasta el cansancio que cada cabeza es un mundo, y si no pregúntenle al psiquiatra. Para complacer al político, digamos que para darle gusto, tendríamos todos que estar locos, lo cual tampoco es que sea un embuste muy sonoro, pero lo que sí es cierto es que de la objetividad en cuestión se va directo al manicomio. En fin, que lo único objetivo que conozco es una piedra o un tornillo o un alambre retorcido.

    Pero ser objetivo está de moda. La objetividad se balancea a sus anchas incluso en las escuelas de comunicación social. El periodismo objetivo, frase disparatada que más de una vez ha salido de las entrañas de los medios, pareciera ser usada para edulcorar textos o imágenes, para complacer lo políticamente correcto, asunto que llama mucho la atención por razones más que obvias. Que lo diga un político cualquiera, pasa. Pero que lo manifieste un comunicador es preocupante.

    Me siento a teclear y, justo a tres para las doce, un insecto atraviesa la pantalla del computador. Es ajeno a mí, no me ve, no se percata. Lo sigo con la vista mientras mantengo el ritmo con los dedos hasta que alza el vuelo y se pierde en el estudio. Ese bicho es objetivo, desde luego. Yo sí que no lo soy, y no porque me sea negada de buenas a primeras la condición de insecto o cosa repugnante (hay quienes son eso y algo más) sino porque he sido capaz de vislumbrarlo, de hacerme una idea, de formarme un concepto, de enredarlo entre neurona y neurona. De modo que la objetividad tiene poco que ver con el homo sapiens sapiens, si no me equivoco demasiado. Total, que entre seguir con mis indagaciones sobre el huevo o la gallina y exigir ser objetivo a quienes por naturaleza son su antítesis, me quedo con lo primero. Cuando menos existe la posibilidad, remota pero posibilidad al fin, de entresacarle el misterio a quien lo guarde, sin abogar con semejante acto por la demencia colectiva. La objetividad, si a ver vamos, es el último grito de la necedad. Hay que ser bien politiquero, hay que ser.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here