FONTANEROS
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
La otra vez abrí el diccionario y encontré la palabra zeúgma. Estuve pensativo un rato, dándole vueltas al misterio que encierra vocablo tan extraño. La verdad es que el lenguaje se parece a una pared llena de tuberías y nosotros somos los usuarios, los manipuladores de esa realidad, fontaneros de la lengua en el sueño o la vigilia.
Zeúgma tiene mucho de término médico enredado en los zapatos. “Tiene usted un zeúgma pericoidal supraestrageno”, ¿se imagina?, como para ponernos el cuero de gallina. Entonces lo repito varias veces: zeúgma, zeúgma, zeúgma, y a Dios gracias me da por olvidar pronto el asunto.
Uno piensa en la belleza de la palabra claraboya, por ejemplo, o de celosía, y ante zeúgma no queda más que deprimirse. El lenguaje es una cosa rara, se las trae de pe a pa, y para remate la belleza tiene también sus recovecos, su personalidad más que explosiva, un poder de aplastamiento que no puedes esquivar. La de algunas mujeres, pongo por caso. Existen chicas lindas, hermosas por donde las mires, pero bellezas, compañero, verás pocas a lo largo del camino.
Decía Alejandro Otero que determinados cuadros jamás le parecieron bellos, por mucha historia del arte y por mucha muestra en galerías o museo del Prado y blablablá. Eran cualquier cosa, bien construidos, justamente concebidos, milagrosamente pensados, pero bellos nunca. Puedo entender a mi paisano, creo intuir por qué lugarejos lo arrastraba la nariz. En fin, que ante un enigma como éste o frente a la natural belleza de una dama levemente estrábica que despacha en una tienda de Altavista no sé adónde irá a parar tanto polímero hecho tetas recrecidas, dime tú si no.
Dejo de pasearme por las nubes y otra vez ahí, el diccionario y la desagradable bernegal, la acomodaticia dialipétala, las horrorosas crótalo, ceporro o zaragata. Hay que ver, uno aprieta aquella tuerca, elimina con la llave inglesa una gotera, pero más acá revienta todo un tubo. La fontanería del lenguaje da para obsequiarnos cefaleas a cada rato. Recuerdo ahora mi infancia y esternocleidomastoideo. Vaya palabrita. Esternocleidomastoideo es una mujer de un metro ochenta con piernazas que para qué te cuento pero fíjate, nadie apostaría un centavo porque esternocleidomastoideo coja pizarra a la hora de las galas lingüísticas. Sin embargo yo, feliz, le juego todo y que me lleve el diablo.
Paso la vista nuevamente por zeúgma y evito olisquear su significado. Lo que menos me interesa es lo que escupe la Real Academia acerca del asunto. Zeúgma es fea hasta la médula y cristal hermosa. Sobaco es un clásico de la horripilancia mientras caleidoscopio me emociona hasta las lágrimas. Arcoiris, batracio, roncha, adenosín, escoge tú. Hay palabras que me revientan de entrada pero ahí están, como si nada, y existen otras que me encantan pero ni siquiera aparecen en el libro de los libros. Es bueno inventarlas, claro, y para eso estamos. Fontaneros del lenguaje, a mucha honra.