¿DE CUÁL LIBRO TE ESCAPASTE?
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
La literatura entra de cabeza donde menos lo esperas. Hay gente que nunca leyó un libro y qué diablos, es más literaria que Guillermo Tell entremezclado con Sancho Panza.
La otra vez, mientras pedía un jugo de naranja en el café de costumbre, vi de reojo a Robinson Crusoe. Con echarle una mirada por encima vislumbré la gran verdad, agazapada como toda certeza que se respete en medio de lo cotidiano. Sentado al fondo, en el rincón más oscuro de aquella pequeña sala, fumaba despacio, se mecía la barba, y entre gestos reflexivos que lo hacían estar y no estar en este mundo y la soledad que parecía anidar en él, lo supe al instante, no cabía la menor duda: Robinson en cuerpo y alma.
Los libros se pasean como si nada por calles y avenidas, lo que no significa mayor cosa si abres bien los ojos. El universo que te engulle es la comedia misma, o la tragedia, ve tú a saber los pormenores de semejante realidad, así que la lógica del hecho literario, por encima y por debajo del día a día, es asunto de normalidad pasmosa. Doblas a la izquierda o sigues derecho por el malecón y bufones, heroínas o villanos nos cuentan su historia a medida que te los encuentras. Hoy por hoy los recovecos de cuanto vamos siendo, el punto de fuga a propósito de nuestra época llegan colgados de aquel Gilgamesh y sus eternas añoranzas, nada distintas a búsquedas inacabables del presente, a forcejeos de vida o muerte con eso que dieron en llamar destino. Todos somos aquel individuo y de alguna manera salimos del libro que lo echó a rodar.
Los pícaros del presente, mezcla del lazarillo de ciegos caminantes y Jay Gatsby, hecha carne y hecha huesos en el mercado al aire libre de los sábados, caben a la perfección en el tumulto al que te metes cuando vas tras un kilo de papas y verduras para la semana. Entonces caminas despacio, te frotas las manos frente a personajes conocidos, gozas de lo literario que deambula como tú por anaqueles, pasadizos, puestos de pescados o de frutas y dices hay que ver, los libros salpican la vida ordinaria como el tarro de la sal al esparcir sus granos sobre un huevo frito.
Sin ir más lejos, hace pocos días hallé en pleno centro a Elizabeth Bennet, a Vito Corleone y a Attifus Finch sentados en el bar que a menudo frecuento. La charla se veía animada y no me lo vas a creer, pero mientras ella gesticulaba entre nerviosa y feliz y los otros maquinaban con frialdad sus próximas acciones, un crítico literario aparecía de la nada y lo enredaba todo. Cada quien de vuelta a su lugar, cada cual empaquetado hasta la mordaza, imposibles ya de andarse, como tú o como cualquiera, por bares, prostíbulos o ministerios.
Dicen que leer un libro abre puertas y ventanas para un viaje, ese que podrás llevar a cabo sin levantar el culo de la silla. La cuestión es verdad pura, con el añadido de que cuando lo abres te estrellas sin defensa contra el mundo en el que vives. El ahora y el aquí yacen presentes sin importar que sea la Ilíada, Hamlet o Historias de cronopios y de famas. Hacen de las suyas Aureliano Buendía o Gregorio Samsa, tan tranquilos y como si nada a la espera del pan en el abasto de Joao, el portu de la esquina.
He llegado a conversar con Jane Eyre en una tienda de cosméticos, pero no revelaré ahora sus secretos. Podría contarte las veces que me topé con Leopold Bloom mientras daba mi caminata hasta el trabajo. No logro entender cómo no lo habías imaginado, cómo es que de ningún modo entablas amistad con el doctor Shivago, vuelvo y digo, a la hora de salir de casa. Drácula pulula en las noches, Hermione Granger juega a cada rato con mi hija, Jean Valjean come palomitas de maíz cuando me lo torpiezo en el cine y Alicia toma taxis y reclama por el alto costo de la vida más allá de esta o aquella maravilla. Y tú, ¿de cuál libro has escapado? ¿De qué obra sacaste las narices?