LA CHICA DE AQUELLA ESQUINA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Camino por una vereda y ella aparece en la esquina. Por la acera de enfrente avanza hacia mí, despacio, como quien tiene todos los relojes guardados en el bolsillo. Delgada, lleva una mochila pequeña colgada a las espaldas mientras su cabello flamea a los cuatro vientos.

    El sobretodo gris es una línea de cuello a pies que la estiliza, que hace borrosas sus formas y -todo hay que decirlo- me pregunto si sus caderas harán juego con sus pechos y si sus piernas embrujarán de buenas a primeras. Es una chica quizás de veintitantos, con el porvenir encajado en los huesos e imagino su nombre, Laura a lo mejor, María Isabel probablemente, Lucía o Amelia quién quita.

    Al caminar lleva paso distraído porque se entretiene sopesando los quehaceres de mañana. Será alguna estudiante o secretaria o administrativa de una gran empresa. Soltera o casada, con Raúl el hijo mayor y Fernanda la pequeña, que la espera en casa con fiebre mientras ella corre a la farmacia. Luce un pañuelo atado al cuello, varias pulseras en la muñeca izquierda. Piensa, no es descartable, en la firma del día siguiente, en el amante de cuyo encuentro apenas regresa ahora, en el viaje tantas veces postergado a la ciudad lejana donde vive su madre.

    La calle desierta en que me encuentro por lo general es un hervidero a media tarde. Después de las seis el neón hace de las suyas y el silencio gana el trono roto sólo por sirenas de ambulancias, gritos lejanos de transeúntes o la voz chillona de Maluma que retumba desde un descapotable.

    Una chica que viene hacia acá y yo que avanzo en dirección contraria reventamos la lógica de esas horas, es decir, la nada que por elemental rutina debería en aquel instante permanecer tal cual, como todas las noches. Sirena de alguna ambulancia, gritos de transeúntes a lo lejos, bramidos de Maluma y hasta ahí. Pero aquí estamos, como la mosca en el plato de leche y qué le vamos a hacer. Nos cruzamos, ella por su acera y yo por la mía e ignoro si me ha visto o si le ha importado un rábano quién comparte con ella el universo quebradizo de la calle en la que el azar nos dispuso. Si pudo vislumbrarme, ¿qué interrogantes sobre mí navegarían por su planeta?, ¿qué impresión a primera vista?, ¿qué personaje inspiraría mi silueta en esos milisegundos?

    Un hombre ni mayor ni jovencito, alguien con esposa e hijos o un soltero empedernido. Señor de buena salud, nada de problemas en la próstata, libro de Tolkien y lápices y papeles en el portadocumentos que abraza con celo. Abogado sin lugar a dudas, o corredor de seguros. Empleado de banco, notario, contable por donde lo mires. Chef en el Hilton, profesor de universidad, estafador de alto nivel, ve tú a saber. Una chica que camina hacia ti y tú que miras esa aparición casi imposible. ¿A qué conclusiones llegaría? Por cómo vas vestido, por cómo das un paso seguido del otro, por cómo devoras la calle con la intención de doblegar el día a día.

    Sigo mi camino y otra vez el cementerio que es esta vereda me hace recordar un decorado de Hitchcock. Giro ciento ochenta grados y allá va, la línea gris del sobretodo, la mochila a las espaldas, los anhelos, certezas o sueños cumpliéndose o volando en mil pedazos, embutidos en esa mujer que he visto por primera y quizás última vez.

    Si la vida es un saco de gatos, y créeme que lo es, mira qué ejemplo tan maravilloso. Luego despabilamos y ponemos manos a la obra, o sea, emprendo, emprendes, emprendemos la tarea de hallarle pie y cabeza, hilo conductor, coherencia, lógica y sentido a las aguas procelosas en las que chapoteamos. Vaya tarea de construcción, oficio de hojalateros de los días que te guste o no vas a terminar por abrazar. Mientras, sigo preguntándome, ¿qué llevaba en la mochila?, ¿qué razones la abalanzaron a ese instante?, ¿qué supondría por fin de mí?

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