PERDER

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Medio mundo se muere por ganar. Llegar primeros es el punto de fuga que desde sus inicios el bicho humano se metió entre ceja y ceja.

    Que yo sepa, nadie se ha puesto a sopesar lo contrario, es decir, la particular exigencia que el último lugar implica a la hora de los esfuerzos. A cierta edad, pongo por caso, un amigo se propuso el logro más arrollador, no otro que ocupar cuando menos el penúltimo sitial frente a cualquier largada. Y mira que el camino fue sacrificado.

    Ser el número uno ya no tiene gracia. Te quiebras el espinazo en los entrenamientos, evitas la farra, el whisky y los trasnochos, con lo que cubres la mitad de la andadura. Y lo demás llega abrazado con el poco o mucho talento que te adorne para la faena.

    A mi entender, mi amigo lleva razón. Donde vale echar el resto es a contravía: provocar siempre, según tu empeño y dedicación al respecto, que otros crucen la línea de meta antes que tú. Toda mortificación y todo espíritu sacrificado exige el temple más difícil de encontrar, ése que hará lo imposible en el afán de arrebatarle el éxito a cualquiera, esto es, convertirte en fracasado mayor.

    No es cosa menor, créeme. Del triunfo que la mayoría sueña al descalabro que muchos temen hay una distancia que bien puede medirse en años luz. Si sudas la gota gorda para ser el mejor en tu trabajo, el número uno al correr cien metros planos o un imbatible ajedrecista, olvídate de eso. Nada como batir el récor de derrotas, de últimos lugares en lo que se te ocurra. Ahí se incrusta el triunfo de los triunfos porque perder antes y después, perder lo que se dice siempre, supone el galardón de cabo a rabo, es la gloria universal. Lo que soy yo, jamás he conocido a alguien con esas condiciones, nunca me topé con semejante victorioso, en lo absoluto llegué a imaginar tal cúmulo de fiascos en un solo y único individuo.

    Es que mi amigo sabe de lo que habla. No tienes la menor idea de cuánta sangre, sudor y lágrimas le ha costado intentar la conquista que emprendió. Ha saboreado logros importantes, derrotas inolvidables, desastres que lo hacen un competidor más que temible, pero cuando pretendió ampliar la racha de abatimientos en una seguidilla jamás antes vista, obtuvo el penúltimo lugar. Perdió para mal de sus aspiraciones. Entonces la depresión, la frustración, la autoestima venida a menos para, como un Sísifo moderno, recomenzar luego la faena. Es que ser ganador, colgarse la etiqueta de campeón, cuesta un ojo de la cara.

    La otra vez pensaba en lo anterior mientras tomaba café y leía “El triunfo queda a la vuelta de la esquina”, bestseller del doctor Bernstein. La verdad es que a la vuelta de la esquina dudo que el éxito esté agazapado como pantera lista para caerte encima -no el que implica llegar antes sino el verdadero, el escurridizo, el más complejo y arduo: el de terminar postrero-. Terminar postrero, en cualquier momento y lugar, marca la culminación de un hacer que acabará por coronar a los iluminados, a quienes nacieron para ello y a quienes dejaron bofe, tripas, alma y corazón en la lucha por vencer, es decir en la derrota. Menuda tarea la de mi amigo, vaya conquista enfiló aún sin saberlo.

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