LA LUZ DE ESTA TARDE

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay escenas, o nada más formas o azules o carmines grabados a fuego en mi retina, lo cual pone frente a frente el ahora y la nostalgia en proporciones más o menos equiparables.

    Hoy vengo a hablar de los colores. Éstos, metidos de cabeza en un atardecer cualquiera en Quito, implican el pasado hecho presente. Jamás he visto, en ningún otro lugar, la luz de una ciudad tan próxima a la de otra -la de mi niñez y adolescencia-, licuada en matices, claroscuros, intensidad y manera de sorprender en tanto expresión de la belleza.

   A veces pienso en el rojo y la palabra rojo es apenas su caricatura. Lo mismo ocurre con violetas, verdes, naranjas o amarillos. El lenguaje queda mudo, hecho polvo, cuando menos humillado frente al crepúsculo, pongo por caso, que hace de las suyas mientras lo contemplas desde una colina. La luz de esta ciudad, ve tú a saber cómo y por qué, es idéntica a la que llevo garabateada en la memoria. La luz y sus colores a cierta hora del día como bomba de neutrones que estalla en pleno centro de la conciencia, y de ahí el estruendo que te hace volar en pedazos.

    Yo solía pasear en Venezuela, en Upata para más señas, a las cinco de la tarde. Salía de casa en la calle Miranda, llegaba a la esquina de la Sucre, marcaba proa hacia la plaza Bolívar y en ella me sentaba a contemplar. Un paseo corto que daba en el blanco: apreciar ocres, verdes, malvas, todos sin duplicados, irrepetibles día a día, salvo los que he vuelto a hallar en Ecuador.

    Recuerdo entonces a Neruda: “Aquí estuvo una tarde el sol solitario, con húmedas rodillas y manos doradas…”. Aquí estuvo y aquí está, añado yo, en el hilo de tiempo que llega al presente tomado de la mano con lo que se fue. Colores paridos por una geografía en la adolescencia, vueltos de nuevo realidad a la altura de estos días. Juro que jamás lo hubiera sospechado.

    Créeme que no es poca cosa. La memoria juega al gato y al ratón más veces de las que suponemos, y una buena tarde ambos, felino y roedor, se miran de frente, detienen el tiempo y bailan de lo lindo bajo el paraguas de cuanto creías irrealizable. Y ahí está y ahí lo tienes, y respiras feliz en ese instante que bien vale todos los momentos.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here