EL CINE Y LA VIDA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Uno suele ver ciertas películas y ahí está: los días cobran sentido y perspectiva, ganan punto de fuga porque todo parece la puesta en escena de un mago haciendo de las suyas.

    Implica entonces que Los pájaros o El retorno del Jedi o La fiesta de Babette llevan su brújula por dentro, es decir, algún orden y concierto cuyas directrices aterrizan sin más en el ojo escrutador de quien entre Coca-Cola y palomitas de maíz le encuentra pie y cabeza a cuanto tiene enfrente, a cuanto lo rodea.

   De adolescente la vida y el cine me parecían dos caminos paralelos que de vez en cuando llegaban a tocarse y si esto ocurría la felicidad te atropellaba por completo. La vida, de suyo una bandada de pájaros sin ton ni son, suponía el caos en grado sumo. Un saco de gatos al que tú, para dar con la figura escondida y en silencio, debías ordenar de cabo a rabo.

    Entonces durante un tiempo me las ingenié para creerme en un set de grabación. Mi casa, las calles, el colegio o los parques eran el hecho concreto, el fondo preciso, mágico decorado para las historias que inventaba día a día. La vida y el cine se daban la mano y la vida y el cine, esos caminos paralelos, se rozaban, se tocaban y ve tú a saber si a veces se fundían.

    Fue así como a la profesora de historia el erotismo le chorreó por los poros. Actriz de tetas y piernazas que para qué te cuento en el plató de un aula de clases allá en primero de bachillerato, vaya manera de darle un revolcón a la aburrida asignatura que impartía. Y fue así como el charcutero de la esquina, portugués de bigote a lo Dalí, protagonizó un thriller de terror donde cuchillo en mano desollaba a media clientela. Total, que el cine era como la vida y la vida sí que era como el cine, asunto muy contrario a lo expresado por el buen Alfredo cuando en Cinema Paradiso negó de plano mi teoría.

    Viendo películas a los quince años le encontré sentido a la rutina descocada, al azaroso vaivén de los relojes, por lo que un rollo de acetato entre el fragor de un proyector y la sala oscura y las butacas terminó siendo el justo medio, quiero decir, única ruta a la hora de hallar significados para esto o para aquello. El saco de gatos que es la vida siguió su faena, fue el disparate que todos sabemos lleva en las alforjas, pero las pantallas poco a poco marcaron el camino. Un día y después otro y luego otro, como puntos suspensivos entre latidos cinematográficos.

    Del cine y la vida en un abrazo queda el sabor de tiempos idos y la posibilidad, nunca descartable, de su regreso a lo grande, de su retorno al estrellato. No hay que perder las esperanzas.

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