CHARLIE PARKER EN EL PATIO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Les he contado otras veces cómo disfruto de un respiro en los jardines de la Universidad. La Católica del Ecuador sabe de carmines, de verdes y de ocres en el campus, por lo que servirme un café, encender un tabaco y leer o escribir en cualquiera de las mesas al aire libre implica el placer de los placeres.

    En esas estaba cuando un pájaro comenzó a hacer de las suyas. Que un pájaro haga de las suyas puede convertirse en regalo de los dioses, cosa que ocurrió vía jolgorio entre las ramas, cánticos que para qué te cuento, improvisaciones de reputa madre y gorjeos dignos de solista mimado por Orfeo.

   Mis conocimientos sobre música no van más allá del hecho de escucharla con la boca abierta -y si el intérprete se las trae- pues con la baba a punto. Sin embargo, leí hace años que el tordo gárrulo es el plumífero más apasionado a la hora de obsequiarte un concierto, asunto que me hizo recordarlo, suspirar, enarcar mucho las cejas y suponerlo ahí, muy cerca de la mesa donde gozaba en medio del café y La verdad de Agamenón, de Javier Cercas. Total, que fue jazz a tope, del mejor y para remate gratis. Lo que se dice un concierto para mí sólo en plan anda, escúchame que aquí estoy, mira al sobrao que tienes enfrente. Con razón, pienso ahora, a Charlie Parker lo llamaban Bird, tordo gárrulo por donde lo mires, músico TNT listo para atravesarte el alma. No sé tú, pero el saxofón que lloró noche a noche en brazos de semejante monstruo, entre humareda y resaca, trozo de metal triste y créeme que nunca mejor dicho, instrumento venido de otro mundo, emuló, imitó, siguió como ninguno al gárrulo de este árbol con notas imposibles, notas destripadas a fuerza de un talento que no ha vuelto a aparecer por estos predios.

    Entonces imaginé el dúo de los dúos. El tordo a pocos pasos de mi silla y el otro pájaro, saxo en mano, cachetes como globos, genio saturado de whisky o de ginebra en plena invención de lo que se llama música, de cuanto denominamos virtud. Y ahí, boquiabiertos y felices, de pronto ocuparon el resto de las sillas en mi mesa John Coltrane, Louis Armstrong y nada menos que el señor Miles Davis, y aplaudían, aplaudían al pájaro y al Bird mientras Duke Ellington, que llegó en silencio como un gato, me miraba de reojo y sonreía como diciendo y éste, de dónde saldría éste, de dónde un mortal a la escucha de la música del cielo. Te juro que con todos mis huesos y mis ganas me vi en el Carnegie Hall, Bird y Dizzy Gillespie, ahora Bird y el gárrulo sobre la rama de un pino a cortísima distancia de mi libro y mi café.

    Y fue justo en ese instante cuando solté el lápiz, cerré los ojos, di un sorbo a la taza del americano y únicamente el tordo junto a Parker hechos melodía, hechos humo y alcohol mientras me dedicaban Scrapple from the Apple ya con el delirio que lo cubría todo, absolutamente todo.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here