SE ME HAN ROTO LOS LENTES
por
-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Me pasa por pendejo, claro está, y antes de que me lo restrieguen ustedes en la cara lo escribo aquí en primera línea. Soy un despistado a la ene y qué le voy a hacer. Vivo en la Luna, papo moscas aquí y allá, y esa es mi forma de vida, mi modo de asumir el día a día.
Lo cierto es que desde la presbicia y con insistencia rayana en el puro patetismo, he pagado el plato roto de los lentes destrozados cada tanto, hecho deplorable para el ego y para los bolsillos. Entonces nada, harto de que la credit card saltara como confeti y hasta las narices de la reposición sistémica de antejos para leer, tuve la ocurrencia, el gesto definitivo con el que la luz me inundaría por siempre. Puse manos a la obra, di dos patadas a la costumbre que me arrastraba por la calle de la amargura -tarjetazo, tarjetazo, tarjetazo por poner el culo sobre las gafas- y decidí cortar por lo sano toda posibilidad de quiebra.
Feliz llegué a doce comercios chinos de la ciudad. Feliz recalé en el bazar turco del centro. Lleno de alegría caminé por los mercados de pulgas en las afueras. Muerto de risa me eché en brazos de cualquier tarantín improvisado. Cargado de esperanzas busqué mi mercancía en tenderetes de ferias baratas. Hecho un lince visité mil y un puestos de buhoneros, y así fue como en poco tiempo me hice del cargamento más importante de mi existencia, el que pondría a mis pies la forma de acabar la maldición, no otra que hallarme sin gafas justo en el capítulo final de la serie o en la patada del gol para el empate. Vaya por Dios.
Dieciséis cajas de ocho unidades cada una fueron suficientes. Problema resuelto. Como dije antes, iba a ver por fin la luz, ella me inundaría por siempre. Cientoventiocho anteojos que para qué te cuento. Imagínalos, de colores varios, de formas cambiantes a placer, de pasta o de metal según el antojo del momento. Y lo mejor de lo mejor, la gota que me resbalaba del colmillo: descanso para la cartera, no más viajes urgentes a las ópticas, anteojos siempre, siempre, sólo con meter los dedos en las cajas.
Cientoventiocho razones para que la felicidad rebotara entre suelo y cielo, entre el alfa y el omega, hasta que la dura realidad hizo como siempre de las suyas. Hacer de las suyas confirmó al pendejo que iba siendo, y el pendejo que iba siendo acabó esta mañana con su pesadilla a cuestas.
El primer día rompí cuatro, el segundo ocho, el tercero dieciséis, dime tú, dieciséis, y así en amarga progresión exponencial. Mis sueños y esperanzas trocados en añicos. Aplastamientos gracias a mi anatomía que por todas partes aterrizaba sobre ellos, olvidos en cualquier lugar, y los lentes, los malditos lentes que tampoco ayudaron para nada: frágiles como pétalos de rosa, mondadientes quebradizos, castillos de naipes ante una ventolera. Total, que a fuerza de ilusiones desmembradas y golpes como martillazos en el pecho he vuelto a mi vida de antes. Por pendejo, claro. Esta mañana rompí el últimos par en tiempo récord. Humillado sin más, escaldado sin remedio, al poner aquí punto final saco entonces la tarjeta y corro como antes a la óptica. Por pendejo, claro, por pendejo. No faltaba más.