RAZÓN DE LAS VENTANAS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Soy curioso sin remedio y meto las narices donde nadie me ha llamado. Por lógica elemental supongo que a propósito de husmear en los alrededores no tengo cura ni perdón de Dios, de modo que nada puedo hacer: olfateo aquí y allá, levanto mucho las orejas y me chorrea el colmillo si cuanto me interesa guarda historia y lo atraviesa un universo.

    Desde que me conozco las ventanas llenan mi cualidad de fisgón. En la niñez cada una de ellas implicaba escenas, cuentos, mundos que qué diablos importa su veracidad o su mentira. Una ventana, un portillo, una claraboya, un extraño rosetón, suponen la cara oculta de la Luna, y la cara oculta de la Luna lleva en las entrañas parte de cuanto vas siendo, los enigmas crecidos a tu sombra.

    Hoy todo permanece igual. Una ventana abierta me engulle en cuerpo y alma porque es intriga y es misterio, acertijo que te eleva o te destruye en proporciones más o menos equivalentes. Frente a semejante sombra doy siempre un paso al frente. No tengo escapatoria.

    La otra vez andaba por la calle Foch y ahí me tropecé: ventanal con flores en la base, marco ideal para sagas de extraños allá adentro, crímenes al por mayor, tramas de lo más detectivescas. Es que una ventana dice más de lo que crees sobre quienes respiran en sus profundidades. ¿Qué vidas las llenan y las pueblan? ¿Qué libros albergan? ¿Qué perfil cobran sus estancias, sus armarios o sus camas, sus mesas de luz y sus sofás? Lo que soy yo, doy con rostros, anhelos, existencias múltiples, y sus ocupantes comparecen en función de aquella ventana que los contiene.

    El punto de fuga que en ellas vislumbras también se posa en ti, te mira lo quieras o no, realidad equivalente a tu particular entrevisión. Entonces ocurre el milagro y quién podría saber en qué te has convertido, qué imágenes de ti arroja el interior de eso que observas. Y lo mejor, lo mejor de lo mejor, el colmo de lo sibilino acaba por tragarte cuando en el itinerario tu mirada da en la diana de unos ojos que te apuntan, ojos apoyados en el alféizar de cualquier ventana.

    Total, que en la infancia y la adultez nada como los arcanos de ventanales plácidos en apariencia. Con razón Hitchcock hace de las suyas en aquella fábula que dice tanto, en la ventana indiscreta puente de los puentes gracias a que alberga el cielo y el infierno. Te asomas por la cerradura y hundido hasta la ingle vas a parar al fondo de lo raro.

    Nada mejor que el ejercicio de hurgar a través de sus abismos. Nada más alucinante que dar con tus acantilados mientras eres fisgón irremediable.

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