COMO UN BEATO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Ahí estaba, inmóvil como beato en plena lectura del libro en turno. Anotaba aquí, subrayaba allá, resaltaba acullá, hasta que se materializó la aparición hecha señora entrada en años: “Oiga usted, que los libros no se rayan”. Juro que me tocó las pelotas.

    Ante todo purismo bibliográfico, es decir, frente a un inquisidor que te arroja a fuegos infernales porque rasguñaste ciertas páginas, saco mis pistolas. Y ya que no dispongo del kalashnikov o -como ha cantado Blades- de un 38, Smith&Wesson del especial, me arrimo a la simple retórica de destrucción masiva. Dicho y hecho: mando a la porra y al carajo a cualquier Torquemada renacido o por renacer.

    No sé tú, pero yo voy por la libre. Llevo un cartel guindado del pescuezo y dice “a mí que me dejen en paz”, asunto que sostengo y defiendo por las buenas o por las malas, de modo que la cantidad de pólvora a utilizar fluye en función del manotazo recibido. Existen puristas de papel tualé y fiscales de bala y metralla, así que más vale guardar el arsenal a mano.

    Entonces, sigo comentando que como un beato, inocuo e inofensivo, miraba pasar la tarde libro en brazos en alguna mesa de café. Bolígrafo entre los dedos, me gotea el colmillo si atisbo la posibilidad de llevarme por delante frases, oraciones, en fin, ideas capaces de sacudirme en  cuerpo y alma. Llevármelas por delante implica subrayar, trazar, señalar, anotar en los márgenes, resaltar para que no queden dudas. Es mi manera de alzar la pata, mear y marcar zona con alevosía.

    Y hete aquí a la dama bigotuda  lanza en ristre y espada lista para decapitar. ¿En nombre de qué o quién Torquemada redivivo vuelve por sus fueros? ¿Dónde diablos yace el sostén de tales atrevimientos? ¿Qué razones infunden en almas de estos días potestad mínima contra el boli que deshuesa y siquitrilla a la página escrita?

    Soy hombre de paz, me entrego a la armonía que tanto busco y hasta cierto punto encuentro, y sin exagerar digo que he coqueteado con el equilibrio. De cuerpo, mente y espíritu. Pero que de buenas a primeras, con éste o aquél evangelio en alza cualquier iluminado toquetee bisectrices o pelotas es clarísima declaración de guerra. Transgresión de todos los límites. Invasión de tierras vírgenes sin autorización escrita.

    Uno de mis grandes goces ha sido leer como me da la gana. Lo descubrí en tercero de primaria cuando Ladislao Pérez González, maestro para más señas, me arrancó de cuajo La isla misteriosa y en su lugar dejó sobre el pupitre el libro de texto de la clase. Lo destrocé en el acto, lo volé en pedazos, lo hice migas en arrebato de autodefensa literaria que supuso el grito al cielo de las autoridades. Llamaron de seguidas a mis padres, recibí broncas de lado y lado y casi casi la expulsión. Pero aprendí  la asignatura. Desde ese día leo lo que me sale de la entrepierna, para bien, para mal o para regular, y dialogo con el escritor usando la herramienta a mano: bolígrafo negro o azul. Qué le voy a hacer.

    De modo que alzo la voz y también el fusil por el derecho a subrayar libros, a escribir comentarios en sus márgenes, a resaltar con tinta de colores chillones si la cuestión lo merece o a doblar sus folios por razones ídem. E incluso, Torquemadas, Torquemaditos y la madre que los parió, a arrancar páginas indignas.

    El único juez de cuanto lees eres tú mismo, cosa que da derecho de pernada con el libro a cuestas. Te llevas a la cama palabras, frases, párrafos o capítulos enteros sin permiso alguno y quién te quita lo bailao. Lo que soy yo, monto el arma y pongo el dedo en el gatillo. Y si me apuran disparo. No faltaba más.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here