TERRORES PARTICULARES

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Tengo un primo que le teme a las alturas. Y no a cualquier altura, aclaro de una vez. Que haya abismofóbicos es algo en realidad común. No pasa nada. Basta con no acercarse al balcón de un piso octavo, o mantenerse a distancia de los bordes del tejado, de ciertos precipicios de montaña o de los acantilados en el mar.

    Pero mi primo es clase aparte. Mi primo pasa a ser el colmo del abismofóbico sin esperanzas, es decir, alguien capaz de temblar frente al mínimo estímulo que en su abismofobia atice todo pavor y todo espanto.

    Comenzó el día en que lo hallamos aferrado al lavamanos. Tal conducta prendió en el acto las alarmas, cosa suficiente para que hiciéramos a un lado ocupaciones del momento y le dedicáramos la más cruda atención.

    Un pequeño desnivel entre la losa del baño y el granito del pasillo -que al salir del lavabo te conducía a la sala- resultó ser el fondo de la cuestión. Uno lo tomó por un brazo, yo lo sostuve por el otro, y no sin esfuerzo fuimos a su habitación. Menuda experiencia, qué trajín lleno de sudor, miedos y nervios.

    Hay quienes gritan ante un mísero bicho, cucaracha pongo por caso. Otros se espantan con sólo vislumbrar alguna rata a lo lejos, y muchos más palidecen si escuchan la palabra avión. En cuanto a quien escribe, me confieso un temeroso insalvable. Todas las fobias que me atacan están vivitas y coleando pero dejémoslas para después. Sigamos por ahora con mi primo, campeón universal en su categoría.

    Les venía contando de sus males, que empezaron en el pobre desplegados a fuerza de insistencia recurrente cada tanto. Subir o bajar una escalera o la presencia de pequeñas cavidades en el suelo, depresiones, huecos comunes y corrientes, produjeron el triste hecho de potenciar su condición. Si caminaba sobre el empedrado del jardín, mi primo por ejemplo llegaba a la parálisis total gracias al barranco, al abismo insondable que juraba existía entre piedra y piedra. Abismofobia a la ene, claro está, que terminó por arrojarlo en varias oportunidades a una cama de hospital.

    Siendo como era el hombre valiente cuya condición llegó a demostrar a diario, costó un montón creernos la abismofobia sin igual que se le atornilló en el alma. Y así, el hecho que dio al traste con esa convicción e instaló per sécula en nosotros la verdad, sucedió el día de su cuadragésimo cumpleaños. Cierta prominencia en el piso del bus al que se había subido fue el detonante de la inmovilidad que nos obligó, como verán, a socorrerlo. El estupefacto conductor frenó de inmediato, despidió al resto de los pasajeros, averiguó no me pregunten cómo dónde encontrar a la familia y de seguidas telefoneó para al fin dar por acabada la aventura. Al llegar y verlo así, en medio de temblores, con la vista en blanco, sin mover un músculo sobre el pequeño abultamiento del piso que lo sostenía, no pude menos que conmoverme. Lívido, mareado según refirió luego debido a la tremenda altura, lo hicimos reaccionar y sólo pudimos rescatarlo al arrojarle algunas cuerdas y ponerle un casco, único modo de convencerlo para que descendiera.

    Depresiones, precipicios, ensenadas, picos, elevaciones de todas las medidas podía encontrar en las losas de su habitación, en el piso de la carnicería, en esos espacios entre los cojines del sofá o en los parques y las plazas del pueblo. Lo último que supe -me fui de viaje por un encargo de la universidad- marcó el fin, el acabóse: ya dispuesto a dormir una noche de jueves, se vino abajo, para remate de cabeza, desde la cima de la almohada hasta el valle que formaba la sábana y el colchón. Murió a los tres días, presa de esa caída sin red.

    Desde ahí puse las barbas en remojo. Les contaba arriba que tengo mis aprensiones particulares, lo cual supone riesgos de todo tipo. De modo que enciendo las luces de mi cuarto por las noches amén de otras previsiones que nunca están de más. Soy cacofóbico, fogofóbico y araquibutirofóbico, para qué decir no, si sí. De la nomofobia no escapo, de la macrofobia igual, de la optofobia soy un rehén sin vuelta atrás y de la eisoptrofobia imagínate. Pero la guinda del pastel apareció hace poco: hexaxosioihexekontahexafobia, la llaman. Llevo razón en mis cuidados, no faltaba más. Dime tú si no.

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