LAS BIBLIOTECAS IMPOSIBLES

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Como en el Aleph de Borges, ese punto que contiene todos los puntos, he creído que una biblioteca perfecta será capaz de guardar en sus entrañas todos los libros, habidos y por haber, escritos o medio escritos, soñados, supuestos, imaginados, apenas rozados por la pluma o por las teclas de la vieja Underwood o por la moderna IBM.

    En una biblioteca imposible cabe el abecedario de puntillas, especie de sombra llena de vivencias única en su género, hecha poemas y cuentos y novelas. Si en cualquiera de sus anaqueles ves deambular las páginas de Proust, los versos de Hölderlin, los ensayos de Montaigne, no lo dudes un segundo, ahí encontrarás de igual manera, acodados en la balaustrada de los deseos, ciertas novelas no escritas, los originales de algún escritor despistado que los olvidó en la mesa de un café, en los andenes de la estación ferroviaria, en la sala de espera del psiquiatra.

    Un amigo que rasguñaba historias llegó a contarme entre cervezas la última parte del Quijote, de su puño y letra, que sepamos jamás llevada a la hoja impresa pero qué puede importar. La biblioteca perfecta lo engulló hace mil años, de modo que al espabilar un poco hallarás su lomo en cuero, con letras doradas en relieve, ilustrado el texto nada menos que por una mano dieciochesca especialista en el arte de hacer grabados.

     Mientras escribo lo que lees en un café de esta España entrañable mi hijo menor da conmigo, toma asiento, pide un Nestea y de seguidas le comento de qué va cuanto pongo en negro sobre blanco. “Las bibliotecas imposibles, papá, se parecen entonces al número pi, que según entiendo es un irracional con dígitos infinitos”. Como comprenderá el lector, me alegra el dato porque cabe por completo en el espíritu y materia de lo que cuento.

    Añade Daniel la locura de quienes suponen que las letras y los números son compartimentos estancos, impermeables el uno con respecto al otro. Craso error, por supuesto: las bibliotecas imposibles -todos los libros sin fin que llevan dentro- y el número pi -todos los números en uno- se tocan y se acarician, se besan y tienen sexo, se funden en pleno misterio como dos cuerpos en la misteriosa ecuación que hemos llamado amor.

    Lo cierto es que en esa biblioteca única yace el libro entero que quise escribir y dejé a medias. Existe, encuadernada como ninguna otra, la historia sopesada por el principiante que a tientas -como el ciego bastón en mano que da tumbos al transitar por la calle- pretende llegar a la palabra fin.

    Ahora que lo pienso, me he equivocado al titular estas líneas. Antes que las bibliotecas imposibles me vienen a la cabeza las bibliotecas de verdad, o las bibliotecas infinitas, o la biblioteca total, pero qué diablos vale a estas alturas. En las bibliotecas imposibles se cuelan también todas las demás, de modo que unas y otras se tocan con la punta de sus dedos índices en hermoso paralelo a La Creación de Adán, de Miguel Ángel, obra asimismo imposible, de verdad, infinita y total.

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