UNA COSA PUEDE SER MIL COSAS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Cualquiera jura que un florero es un florero o que una taza de café es una taza de café. Habráse visto tamaña simplificación. Por supuesto que si lo dejamos así, si no complicamos la cuestión y al final todos felices, el bolígrafo con el que escribo viene a ser, punto y se acabó, el bolígrafo con el que escribo.

El bicho humano es un ser histórico -a la manera en que pretendo insinuarlo aquí y para nada aquello del determinismo o la historia como teleología-, no faltaba más. Histórico en el sentido práctico del término. Histórico porque le levanta la falda a esa señora que dimos en llamar memoria, para bien, para mal o para regular.

El otro día le hincaba el diente a unos ensayos de George Steiner y, válgame Dios, al alzar la mirada puse los ojos en cierto cuadro en la pared. Viejísimo obsequio de la tía Carmen, la imagen que tenía enfrente fue la que siempre estuvo ahí pero ese cuadro de pronto no era ese cuadro sino otra cosa, y otra y otra y otra.

El cuadro colgado en la pared terminó siendo la casa de playa que nos albergó hace una punta de años, mil novecientos ochenta y seis para más señas, y se trocó asimismo en la cocina donde conversábamos y fue también el gesto que implicó un regalo puesto hoy cerquita del sofá, entre una acuarela y un grabado. Como entenderás, no sólo gusanos y batracios llevan en las entrañas el hecho mágico de la metamorfosis. Si te pones a ver, el mundo cabe en ella y por supuesto un florero, una taza de café o el cuadro del cuento con mi tía.

Entonces, ¿qué es lo que pido cuando pido esa taza de café? ¿Qué es lo que enciendo cuando rasgo el fósforo y lo acerco a la pipa que fue de mi padre? Sí, me comprendes Méndez, olfateas ya la cuestión, oyes los pasos que se acercan y has dado en el clavo. Una cosa puede ser mil cosas y al diablo las nomenclaturas, los sustantivos tan útiles y tantas veces inservibles. Florero, taza, cuadro, pipa. A ver si son lo que son, si encierran de veras el único señalamiento y la solitaria significación que en vano creen muchos que contienen.

En una ocasión, mientras cursaba tercero de bachillerato, la profesora de lengua pidió hacer en clase una tarea. La tarea: “Describa los anteojos que están sobre el escritorio”. Y yo hice acopio de la descripción, tal cual, al describir unos lentes que ya no eran esos lentes sino los de mi abuela, y no eran entonces metálicos y negros como los del escritorio sino de pasta y blanquecinos, llenos además de un perfume inconfundible y únicos, perfectos, sólo encaramables en un rostro que no podía ser otro más que el de mamá María, la madre de mi madre.

La profesora estalló en cólera, de inmediato me tachó de irrespetuoso, de atrevido, de insolente y quién sabe qué otros adjetivos olvidados ya a estas alturas. Llamaron a mis padres, me llevaron a la Dirección, y acabó el entuerto con una disculpa de mi parte porque jamás quise burlarme, ni ofender ni demás hierbas, y jamás pretendí, señorita, pegarme de la frente semejantes calificativos, de ninguna manera, no señor. Y cuando en mi descargo quise explicar sin conseguirlo lo que he venido diciendo hasta aquí -en aquellos tiempos apenas intuía esto que escribo- casi me guindo una piedra del pescuezo y me arrojo de cabeza al mar, de modo que todo quedó así y los anteojos sobre el escritorio fueron nada más que eso, los anteojos sobre el escritorio.

Si una cosa puede ser mil cosas, tú dirás. A ver si estas cuartillas le dan forma a cuanto he querido suscribir, lo cual pongo en duda muy en serio por aquello de la semántica y sus complicaciones pero eso es lo de menos. Yo sigo en mis trece. Una cosa puede ser mil cosas y ya está.

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