TUQUI, TUQUI, PAM

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Como de costumbre, al caer la tarde voy a los jardines de la universidad. Ahí encuentro esplendor, silencio y paz, tríada necesaria para la conexión, con uno mismo en primer lugar y con el resto de seguidas.

Al terminar mi última clase tomo asiento en alguno de los bancos del patio de Filosofía. Llevo ahora “Loa a la Tierra. Un viaje al jardín”, libro que hace juego con este escenario para nada más pensar, para dejarse sorprender por los colibríes o los helechos o palmeras y, a fin de cuentas, practicar el leer y contemplar.

¿Habráse visto algo más simple y más complejo que echarse en brazos de la contemplación? En cuanto a mí, llegué a semejante experiencia de puro solitario que soy y bueno, la verdad es que no pretendo quebrantar el asunto, ni dejarlo un segundo de lado, ni ponerlo en frío debido a injerencias aterrizadas sin que medie razón valedera para tales renunciamientos.

Me explico: como decía al comienzo, vengo al patio de Filosofía porque para ser sincero este lugar merece cada letra de su nombre. Entonces abro la mochila, sentado y bastante comodito enciendo un Villiguer que la verdad es que anda de rechupete y ya, suficiente, tengo la impresión de que tierras como éstas deben parecerse, según cuentan los iniciados, a los mismísimos jardines del Edén.

Pero como lo perfecto brilla ahora y siempre por su ausencia y como los jardines del Edén distan eones de la mísera sombra que de ellos se insinúa en nuestro valle de lágrimas, la mosca en la leche acabó por levantar el brazo, decir hola buenas, y ahí te quiero ver Edén de mis edenes, falso brillo, pálido reflejo, embuste sin parangón, qué se le va a hacer.

En un banquito cercano irrumpió el maligno entre cánticos y humaredas sulfurosas. Es que se cuenta y no se cree, o corrijo, se cuenta y sí que se cree, de cabo a rabo y de pe a pa, toda vez que de gustos musicales y demás hierbas no coincidimos los que estamos ni estamos los que podríamos coincidir. Tú me entiendes.

Un puñado de avispados hacía de las suyas acariciándose el oído ve tú a saber con qué artistazo de reputa madre. “Tuqui, tuqui, pam, me viola, cada vez que me pilla sola, dice no me des más nah, que me duele hasta la cola, tuqui, tuqui, pam, tuqui, tuqui”. Lo anterior, sin exagerar un ápice, parlante decibel a fondo encima de cualquier oreja en busca del silencio perdido. “Tuqui, tuqui, pam, de lao a lao, de lao a lao, pegao, bailemo reguetón, de lao a lao, esto es pa ahora, no pa después, si alguien te salió limón, échale po encima tequila, tuqui, tuqui, pam, tuqui, tuqui”. Juro por todos los dioses que muy malos pensamientos me atravesaron el cráneo. Patearle el alma a quienes pisoteaban el Edén fue lo de menos, otros castigos que no voy a repetir aquí, transfigurado este escribiente en demonio con pezuñas y tridente al rojo vivo y goteándome el colmillo de lo lindo, imaginé como desquite, como dulce escarmiento, como ajuste de cuentas a la hora de las venganzas.

Por fin traté de regresar al libro pero nada, nada de absolutamente nada. Tuqui, tuqui, pam resultó el eco de una tarde en busca del silencio perdido, que perdido estuvo sin vuelta atrás y así quedé, pam, pam, tuqui, tuqui, mientras quise leer tres líneas y pegar algún sujeto con algún predicado pero es que nada, absolutamente nada, tuqui, pam, tuqui, tuqui, pam, pam.

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