VERDAD EN ENTREDICHO
por
-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Por lo general uno va por ahí convencido de que cuanto cavila y piensa lleva razón, es decir, que pensar involucra un trampolín que te lanza de cabeza a la verdad. Si reflexiono como se debe y asocio A con B para llegar a C, semejante lógica me echa en brazos de lo que puedes jurar que es cierto. Mentira como templo, claro está.
Cualquiera opina que es buenazo, que es la flor y nata de la educación, de la cultura, o que después de él el diluvio, y puede estar equivocado o no, pero fíjate que la verdad toma vías muchas veces abrazadas con el disparate, verdades próximas a la locura, a la sinrazón, al dos más dos igual a cinco. La verdad -si es que la rozamos o alcanzamos- suele aterrizar con blandura en ámbitos casi inimaginables, dados por descontado al patio trasero de lo posible.
Tales ideas se me vienen a la cabeza al leer hace algún tiempo, ojeando un diccionario, el significado de la palabreja. Mira tú: “1. Verdad: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente /2. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa”. Si la verdad corre o brinca por ahí y damos con ella a veces, lo verdadero según el Espasa habrá de serlo en relación directa con la vanidad del bicho humano. La verdad vendría a ser, entonces, directamente proporcional a nuestras pretensiones. Como para que se nos pongan los pelos de punta.
Moraleja y conclusión: si algo es cierto, lo es gracias a su conformidad con respecto a aquello que sentimos o pensamos. Caso contrario, será tan falso como que eres astronauta. Es que se cuenta y no se cree. Pues sí, uno asegura que cuanto piensa lleva razón, y dime si no, el absurdo no puede merodear más cerca. El absurdo respirándote en la nuca.
Luego de aquella lectura le cogí miedo al diccionario. Le cogí miedo porque, vuelvo y repito, el asunto raya en el dislate, en lo sin pies y sin cabeza. Sobre todo sin cabeza. En fin, ya estamos a un pelo de fabricar mundos a la medida, certezas a punta de forzadas coincidencias con el imaginario que nos identifica. La verdad es la verdad, punto y se acabó, a tiro de piedra del concepto que de ella se forma la mente. ¿La mía? ¿La tuya? ¿La de un dictador? ¿La de la Madre Teresa? Al Gran Hermano le gotea el colmillo.
Me da la impresión de que la verdad, cualquiera que sea y líbreme Dios de tenerla cogida por las barbas y líbreme aún menos de que únicamente exista gracias a su conformidad con lo que pienso, digo, me da la impresión de que la verdad exige e implica un pasito más allá de la definición echada a andar arriba. Por sentido de humildad elemental, por espíritu de insatisfacción, de crítica, de autodefensa y de fruncimiento de ceños ante lo que chirría de buenas a primeras.
El diccionario, libro de cabecera que no me falta ni en la sopa, dice de la verdad una verdad a medias. Lo que soy yo, lo leo cada vez más y le temo en proporción, digamos, equivalente. Porque de lo que te digan no vayas a creerlo todo y de lo que veas coge nada más que la mitad. ¿Verdad, verdad, verdad?