UNA CUESTIÓN DE AZAR
por
-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Se llamaba Cine Principal y la verdad es que podía serlo. Los otros dos, el Canaima y el Bolívar, no implicaban competencia porque carecían de envergadura, es decir, de cuando menos un poco de fuste, de presencia, del talante especial que sólo poseen algunas salas con algo de encanto.
Como tenía poco que hacer compré una entrada y fue entonces cuando reparé en el hecho de que no sabía el nombre de la película. Era un cine de pueblo y en ese pueblo el cine Principal constaba de un espacio anterior y otro posterior en los que respectivamente se situaban un amplio salón con su taquilla, más cierta publicidad relativa a próximas películas, y de seguidas la sala de proyección, inmensa, con butacas de madera y paredes forradas hasta la mitad de cartones de huevo adosados unos a otros para mejorar la acústica del sitio. Al llegar de la calle y dirigirte sin desvío a comprar el boleto, no te enterabas de qué película se proyectaba pues a la cartelera con información de la función del día, no me preguntes por qué, nunca la situaban frente a ti sino orientada hacia la calle, a varios metros de la fila que seguías. Esta situación me pareció cómica y ridícula, y también extraña, de modo que le seguí el juego al azar, por lo que me dispuse a dejarlo todo así, sin pista alguna de qué cosa iba a ver.
El cine, a media cuadra de la plaza, recibía al transeúnte con una amplia fachada, una pared lisa y descascarada, y por dos grandes puertas -rejas- metálicas de entrada. Ingresé a través de la más próxima a la plaza, lugar del que llegaba luego de pasear durante casi una hora.
Lo anterior, viéndolo como lo veas, es un ejercicio de azar. Coges los dados, echas la suerte con los ojos cerrados y a ver qué te sorprende. En mi caso la sorpresa es por lo general benigna, o sea sin mayores sobresaltos después de tentar a los hados. Tentar a los hados supone una frase pomposa, mucha para un paseíllo y posterior entrada al cine, pero es tentación al fin y al cabo.
El título de la película nunca lo supe, o en todo caso si lo averigüé no lo recuerdo, pero sí la trama que cosa curiosa dejaba ver a un caminante y dejaba ver una plaza y un cine y dejaba ver, además, lo que sin dudas era un pueblo caluroso y polvoriento. Guardo para mí que el azar tiene sus reglas claras y no digo más so pena de caer en terrenos que conozco poco, aunque añado que tiene las reglas claras porque intuyo que entre sus movidas existe una lógica particular, arcana, qué voy a saber yo. No entiendo nada del azar y qué diablos importa, pero juro que lleva consigo su ajedrez y pues nada, mueve las piezas según la estrella o el sino que persigue.
Había un cine parecido a éste y era un film cuyo nombre jamás fue mencionado. Un hombre caminaba, descubría el cine a lo lejos, optaba por entrar y como si fuese un autómata iba a la taquilla, pedía el boleto y entonces adentro se dejaba sorprender por la película, de la que no tenía mínima idea.
Confieso que me sorprendí al principio. Di un salto en plena silla y respiré con dificultad hasta que lo normal pareció estar de regreso. El de la película – y después yo-, acabó por aburrirse, maldijo -yo también- el mal gusto de aquella ficción, se levantó de su asiento -yo también- para largarse de una buena vez y ya afuera -yo también-, dio con otro que de igual manera se escurría de aquella película asfixiante.
No quise saludarlo, por lo que apuré el paso hacia la plaza. Una cuestión de azar, me dije. Una cuestión de azar, volví a decir. Luego encendí un tabaco, anduve un rato, fumé, regresé a casa, fui a la nevera por un vaso de agua y en mi habitación intenté dormir como si nada. Una cuestión de azar, me repetía. Una cuestión de azar.