UNA CUCARACHA
por
-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Soy una cucaracha y vivo en el piso de un soltero. Vivir en el piso de un soltero tiene sus ventajas, empezando por el espacio, que sobra para cada quien. Pero ufff, no digamos las desventajas. Ser cucaracha es la primera de ellas.
Las desventajas acaban con cualquiera. No estoy dispuesto a consentirlo pero créeme una cosa, ando de los nervios, apenas concilio el sueño al intentar dormir con un ojo abierto y el otro cerrado. Y así. Nunca me gustó eso del psicoanalista, de las pastillas a modo de calmantes, aunque hoy tuve cita con el diván y llevo un cóctel de escitalopram entremezclado con paroxetina. Mira tú en las que me encuentro.
¿Qué tiene el mundo contra lo que somos? ¿Por qué tanta inquina antes, ahora y después? Dicen en todas partes que el perro es el mejor amigo del hombre. Mentira rocambolesca, claro. De los gatos, hasta un filósofo como John Gray llegó a escribir, el muy cretino, un libraco que llamó “Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida”. Y para acabar de sumergirnos en este universo rematadamente loco, Michel Arnoux, pensador renacentista, publicó sinnúmero de odas a los pájaros, a las luciérnagas y a los equinos. Que alguien me explique.
Para que todos lo sepan, mi especie es clave en los procesos de polinización, ¿sabes lo que es?, po-li-ni-za-ción. Si no tienes idea instrúyete, lee, deja que el saber toque esa fibra sensible que ronca a pierna suelta en las cavernas de lo que te constituye. Sumo y sigo: tengo la maldita suerte de ser desayuno, almuerzo o cena para mamíferos de mil pelajes, ocupo lugar de honor en la cadena trófica para el resto de otros bichos, soy cuerpo nutricio aquí y allá para la tierra y soy además fuente insustituible de nitrógeno en la naturaleza. Joder, es que salió mi papeleta.
Entonces protesto. A todo pulmón protesto. Acabamos destripados sin misericordia, nos persiguen únicamente por llamarnos cucarachas. No tengo la menor idea de cómo te ves tú en la escala estética de tu mundillo, pero en el de los insectos somos la belleza en pasta. Mandíbulas perfectas, antenas de lo más estilizadas, cuerpos que para qué te cuento –summum de lo sensual y lo exquisito-, patas funcionales y atractivas. Y tengo que vivir, porque te sale de las pelotas, a salto de mata y en plena neurastenia sorteando zapatazos, dale que te dale en esto de aprender endemoniadas estrategias para no caer envenenado. Un humano es cuando menos un tipejo del que se puede esperar todo -lo mejor a veces, lo peor siempre-, pero una cucaracha es una cucaracha y se acabó.
El otro día la novia de mi casero por poco vomita al verme. ¡Asco!, ¡asco!, nada menos que ¡asco!, gritó sin coto de vergüenza cuando corría yo por unas migas de pan del baño a la cocina. Quiso despanzurrarme, con suerte para mí que sus tacones, altos como torres, le estropearon el aplastamiento. Soy un hemimetábolo y también paurometábolo de cuerpo aplanado. Por ello me encuentro en verdadera mengua a ras del suelo, lo cual facilita e incluso incita la fea labor de hollar, de machacar, de reventar, de triturar y pisotear, nada más que por el placer de hollar, de machacar, de reventar, de triturar y pisotear. Mírate de frente en ese espejo.
Con todo y lo anterior, le he cogido cariño a quien me hospeda. Las cucarachas damos y recibimos afecto, que puede acabar en amor así no más, si las condiciones son las justas. John Gray, ese filósofo, dijo acerca de los gatos algo que calza requetebién en nosotras, algo que resbala como guante en cualquiera de mis patas: “Lo que quieren de las personas es un lugar al que puedan regresar para recuperar ese estado de alegre satisfacción que los caracteriza. Si un ser humano les brinda ese sitio, es posible que lleguen a amarlo”. Dicho y hecho.