PIES
por

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Problemas de locomoción los tiene cualquiera y en mi caso todo se complica. No sé tú, pero que yo sepa nadie más pasó por el calvario que crucé, asunto irresoluble si a ver vamos porque he sido desahuciado. Cada podólogo al que acudo escupe su única respuesta: locomoción trastocada por independencia a tope de las extremidades inferiores, véase pies, agravada por el hecho de que cualquier cura brilla por su ausencia. Caso cerrado, punto, fin, adiós.
Trasladarse es un acto milagroso. Vivencia pura, cuestión empírica por donde metas el ojo, al punto de que al no poder hacerlo -ir de aquí para allá en atención a los antojos del momento- te percatas del milagro a secas, de la verdad a flor de piel y de la suerte que corren tantos al moverse a voluntad como si de soplar y hacer botella se tratara.
¿Te has puesto a pensar en lo que significa elegir un destino, poner pies en polvorosa y llegar feliz como lombriz mientras masticas un chicle o te bebes una Coca-Cola? Apuesto que no. En cuanto a mí, lo he reflexionado tan a fondo que conozco cada paso, uno por uno, llevado a cabo por el cuerpo nada más al decir voy en camino, espérenme en el bar, llegaré en cinco minutos.
Cada vez que busco ir al quiosco de la esquina busco asimismo mover los pies en esa dirección. Y ahí comienzan los problemas. Por lo general el pie derecho va seguido del izquierdo y viceversa, con lo que el punto de llegada se materializa luego del prudencial tiempo de arribo. Pero no, la verdad es que conmigo no.
Ocurre que mis pies -cómo lo abordo para que comprendas, cómo pongo la cuestión sobre el tapete para que asimiles la dimensión de lo que cuento- digo, ocurre que mis pies gozan de conciencia propia, de gustos exclusivos, de autoafirmación y autogobierno, lo que equivale a sostener que cada uno lleva dentro una intención, particular y subjetiva, que nunca empalma con la mía.
Para que imagines de una vez: quieres visitar al tío Raúl y entonces te levantas del sillón, sales del apartamento, coges rumbo al norte e intentas doblar luego a la derecha para sólo percatarte de que tu ruta va siendo por completo la contraria. Es que cada pie, en función de propósitos mutuamente excluyentes, tiene sus preferencias a la hora de poner en práctica algo tan sencillo como caminar, lo cual posibilita que uno tome por un lado mientras el otro hace lo opuesto. Fíjate en el follón que se presenta y ponte ahora en mi lugar. Trasladarse es un milagro, créemelo de pe a pa.
El otro día al salir de hacer la compra, cargado de bolsas y para remate con un lumbago que para qué te cuento, opté por irme a casa subiendo por la calle Foch. Cuando puse un pie adelante para desarrollar el plan su par brincó ciento ochenta grados hacia atrás. Traté de proseguir moviendo el derecho hacia el frente y el muy cretino tuvo el atrevimiento de retroceder con rebeldía. Acabé contorsionado, en gesto más que miserable después de semejantes acrobacias. Lo peor es que si no puedo ir adonde quiero tampoco es que la ruina acabe ahí. Muchos se aglomeran, miran atónitos mis movimientos, advierten que un pie va por su cuenta y el otro a su real gana, con lo que las burlas, las rechiflas y las risas hacen de las suyas sin ápice de misericordia.
Total, que decidí hace poco dejarme llevar y se acabó. Corro por el mundo sin llamar ahora la atención, de sitio en sitio a merced de estos pies que ve tú a saber cómo y por qué se han puesto de acuerdo para irnos al parque, a la tienda del árabe de enfrente o al primer burdel que se materializa. Basta con hacerles caso y todos tan contentos. Sé que es extraño pero qué le puedo hacer, vengo, voy, ando, descubro lugares que ni en sueños y a estas alturas juro que fue mejor así. Quién lo hubiera dicho. Quién lo hubiera sospechado.