AQUEL BICHO ME MIRA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Por lo general voy a un café a ver pasar la vida. Ver pasar la vida es quehacer raro, lleno de lo que guardas por dentro, así que muchos la observan a la vera del camino, otros desde algún balcón imaginario, yo desde el macchiato, un vaso de agua y el libro que abro sobre la mesa. Subjetividad pura, dime tú si no.

    El otro día andaba en esas, con Edgar Allan Poe a toda mecha y El pozo y el péndulo de par en par. Entonces lo vi venir. No me preguntes qué diablos era porque a la hora de ser cualquiera es lo que de buenas a primeras se digna en contemplar, y yo contemplé un insecto: cabeza, tórax y abdomen pongo por caso, de manera que tal cual, insecto por donde metía el ojo, avanzó de a poco sobre el mantel a cuadros del café en el que me hallaba.

    Tú dirás que un insecto es un insecto, bicho diminuto y se acabó, pero no te me apures tanto. Más allá de las seis patas, por encima de ese par de antenas, dos ojos brotados tan gelatinosos como extravagantes lo convertían en monstruo de las profundidades. Supón lo que te parezca, que exagero y blablablá, pero qué le puedo a hacer. En fin, el bicho marchó sobre la mesa, fue de norte a sur entre la taza, el vaso de agua y una servilleta, hasta que se detuvo frente a mí. Me quedé de piedra, claro. Intenté seguir con Allan Poe, cogí un sorbo de café, me aclaré la garganta al toser como tuberculoso pero nada, nada de nada, continuó ahí, fijo y mirándome, impávido y escrutador.

    Desconocía esa angustia punzopenetrante, especie de mazazo que te revienta sin remedio. Y los ojos, esos ojos, par de esferas como agujeros negros donde olvídate de las escapatorias. ¿Qué pensaba semejante engendro? ¿Cómo inyectaba su veneno desde la mirada? ¿Por qué a mí y no a otro entre tantos? Alrededor el mundo seguía ajeno y en sus trece. Unas moscas revolotearon y se fueron, el perro de cierto comensal gruñó a un gato que dormitaba en el rincón y yo quise dar con el enigma. Él permaneció otro tanto, apenas movió sus ojos con la intención de atraparme por completo. Lo hizo, sé que llegó a lo hondo por el brillo fugaz donde me contemplé en sus pupilas.

    Luego lo comprendí todo. Acabé de un trago el agua que quedaba, cerré el libro como quien tira un portazo mientras el bicho dio media vuelta y se largó. Pedí la cuenta, salí aliviado, sonriente, sólo para reparar en el vacío, en la verdadera nada. Era un hombre hueco cuya voluntad ya se arrastraba lejos.

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