LITERATURA A QUEMARROPA
POR

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Lo cierto es que literatura y vida cotidiana se abrazan, se besan y hasta se confunden. Más de una vez me ha parecido muy real eso que terminaba de leer mientras que el día a día arrojaba ficción por cada poro.
Cualquiera tiene claras las fronteras entre una cosa y otra. Aquí termina A y aquí comienza B. Fácil, aséptico, desinfectado. Pero al remover acaba uno por fruncir el ceño frente a la evidencia -o acabo yo, para ser exacto-, lo cual es una especie de seco golpetazo en la nariz. Entonces, mientras sangras y te limpias dices para tus adentros: joder, que me han quebrado el suelo.
Cuando te revientan el suelo la mira con que te metes en el mundo pierde consistencia. Intentas afinar para volver a tu trinchera, asunto vano como ningún otro, y de seguidas encoges los hombros, expeles un qué más da muy resignado y ya has cambiado lo suficiente como para poner en cuarentena tanta ingenuidad.
Justo al respecto escribía Cortázar -en Algunos aspectos del cuento, si recuerdo bien- que su búsqueda en tanto escritor iba en pos de “una literatura al margen de cualquier realismo demasiado ingenuo”. Ya lo ves, hay todo un club echado sobre las espaldas de ese abrazo, de ese beso y hasta de esa fusión entre literatura y vida cotidiana. “Soy realista porque me niego a dejar fuera de la realidad hasta la última migaja del sueño”, llegó también a soltar el argentino, cuestión que ilustra sin más un hecho a estas alturas obvio, ése donde el perímetro de la ficción se confunde, se entremezcla con el perímetro de cuanto llamamos real.
De personajes inexistentes a veces sabemos más que de individuos existentes. Lo ficticio, incrustado de cabeza en su corset de irrealidad, explota y termina de patitas en la materialidad, en lo real mondo y lirondo. De Aquiles, el de los pies ligeros, conocemos mucho mientras ignoramos casi todo del señor Homero. De Odiseo podemos afirmar igual. La literatura haciendo de las suyas, llenando de virus y bacterias el esterilizado territorio donde juramos pulular. Aquiles y Odiseo ya de carne y huesos por calles, esquinas, bares y cantinas.
¿Quién es más verdadero, Lady Macbeth o Shakespeare? ¿Tartufo o el buen Moliere? ¿Quién podría enlatar a Doryan Grey en la quimera pura y dura, resbaladiza y neblinosa? ¿Quién se unta de objetividad a secas, Norman Bates o Robert Bloch? ¿Existe Tintín o existe Hergé? ¿Sherlock Holmes o Conan Doyle? A Auguste Dupin, a La Maga, a Madame Bovary, a Aureliano Buendía, ¿dónde los ubicas?
Cuando pateo la ciudad, pongo por caso, observo el tajo de la duermevela pegadito a la vigilia. Si espabilo aparecen sin permiso elfos con camisa y pantalón, despeinados o con mal sudor. Qué se le va a hacer, lo uno y lo otro destrozando líneas divisorias, obsequiando puntapiés a todo compartimento estanco. Literatura y vida cotidiana en pleno besuqueo, prueba inequívoca del equívoco que somos. Y así andamos. Y así nos conformamos.