UN MANIÁTICO DE LOS CAFÉS

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

I

Mil veces he escrito por aquí lo que un café, con terraza imprescindible, implica para este escribiente a la hora de sentarse a contemplar, a hojear el libro en turno, a perpetrar rasguños tipográficos como el que tienes en las manos y, en fin, a ver pasar la vida.

Si hablar de templos se trata, un café con personalidad ocupa lugar privilegiado entre sahumerios que dan solemnidad y altares labrados a mano listos para oficiar ritos, expulsar demonios y brindar esa paz que ya te digo yo. En Atarfe, pueblo apacible donde los haya, a escasos ocho kilómetros de Granada capital, he hallado mi almohadón de cafés como Dios manda, dignos, acogedores, tentaculares por decir lo menos. Esto de tentaculares viene a cuento en función de las ventajas comparativas -muchas, pocas o poquísimas- que en uno u otro emergen o desaparecen cuando sacas las cuentas. En la plaza del Ayuntamiento existen dos que invitan como cantos de sirena, es decir, no tienes escapatoria.

II

Por la calidad de la bebida en primer lugar. Al Aguiper y al Miel y Limón -así se llaman los santuarios- nada que objetarles al respecto. Entonces viene el sopesar, o sea, barajar otros contras y otros pros, que es donde se cuecen las habas. El Aguiper, tranquilo, medianamente concurrido, limpio, sencillo, un café de toda la vida con camareros educados y verdaderos conocedores del oficio -usted, gracias, señor, vuelva pronto, ¿el cortao de siempre?-. Y el Miel y Limón a cuatro pasos, ídem.

Pero los contras y los pros, como he dicho. Victoria del primero por una nariz, por cierto plus que inclina la balanza a su favor, que no tiene precio, que echa una lápida sobre la competencia. Yo, que soy un maniático de las costumbres, decido a cuentagotas. Si en líneas generales ambos justifican poner el culo sobre sus asientos, un gris adicional o éste o aquel brillo de menos trazan la diferencia.

Miel y Limón con espaldares que apuñalan -juro que no echo mano de metáforas-. Literalmente así, leer en tales condiciones es asistir a muerte más que lenta. En la columna, en los riñones, las sillas de este café compiten en procura de lumbalgias con la coquetería reinante. Punto a desfavor número uno. Punto a desfavor número dos: hilo musical que ahoga todo lo demás, y lo demás es el silencio, la quietud que nace entre el ruido del patio y el ir y venir de camareros entrenados, silentes, oportunos. El maniático que soy extiende la factura que no me iré sin cobrar. Punto a desfavor número tres: plantas ornamentales cubriendo el horizonte, una Amazonía a escala que hace invisible al transeúnte, a la vida en su explosión ahí en la calle, al taconeo de las señoras guapas.

Una buena terraza es el hallazgo que propina un manotazo a la estética de libro ideada por algún estratega de mercado. Una buena terraza aguanta los caprichos de ciertos usuarios que ve tú a saber sus exigencias, ve tú a saber el sí o el no determinante que decidirá si te quedas o te vas. La mejor terraza, claro, es ámbito único, personalizado, trocado en el gran acompañante.

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