MI AMIGO MAMOUR

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Acabo de llegar a Granada y en Atarfe, poblado a ocho kilómetros de la capital, voy a la terraza, pido un cortado, enciendo el Villiger Black Mini y mientras paso la vista por Territorio Comanche -Pérez Reverte otra vez- distingo a Mamour a escasos metros.

Lo conocí aquí en el invierno de 2023. Es de Senegal, se busca la vida en el comercio -pantalones, camisas, gorras, medias, aretes, pulseras, franelas- y va de calle en calle, de café en café, incluso de pueblo en pueblo con la mercancía a cuestas haciendo lo necesario para cubrir los gastos en esta España que le abrió las puertas y enviar lo que se pueda -cada vez es más difícil porque todo sube, comenta risueño- al África de la esposa, de los hijos, de la familia.

Para emigrar hay que tener los cojones en su sitio, no te quepa la menor duda. Comprendo bien cuanto pueda sentir mi amigo por la razón sencilla de que también salí de mi país -salimos, familia completa- aunque mi situación no se compare con la suya. He tenido suerte, siempre lo repito, gracias a que largarte con trabajo en mano al lugar donde recalas es una bendición que no tiene precio. Sin embargo no dejas de pensar, de suponer, de anticipar esto o aquello, de modo que el baño de incertidumbre asoma los colmillos más veces de las que quisieras.

Detiene el viejo Regnault, se baja y del maletero va sacando los efectos con que trajina los días. Desde mi rincón observo, lo reconozco, lo llamo por su nombre y al verme sonríe, saluda con la mano, atraviesa la calle y rápidamente toma asiento junto a mí. Cada vez que conversamos noto su buen humor, cosa que siempre me llama la atención. Ahora comenta que está bien, que su familia en el caluroso Senegal sale adelante, que el trabajo tiene sus altos y sus bajos, que le alegra verme de nuevo por el patio y que no, no quiere un café porque ahora mismo acaba de zamparse uno. No le creo y no se lo digo, claro, y pienso de seguidas que es bueno reencontrarse con gente como Mamour y que ojalá sus circunstancias mejoren día a día y que las prendas que ofrece para ganarse el jornal no le duren en las manos y que el futuro le sea propicio, risueño, benévolo como al que más para luego traerse a la familia y estar juntos, luchar juntos, comer juntos, rezar juntos, bailar juntos, soñar juntos y, en fin, vivir juntos.

Mamour es el clarísimo ejemplo de pujanza y victoria a pesar de los pesares. Va una vez por año a Senegal, los dos meses de vacaciones más alegres de la vida, para lo cual ahorra cada céntimo -el boleto de avión cuesta una pasta, argumenta con severidad- y las cinco horas que dura el vuelo son las cinco horas de adrenalina y sístoles y diástoles desbocados que atesora como el principio de la felicidad. Repito que comprendo cada palabra que mi amigo lanza como si nada, lo que redobla el aprecio que le tengo. Entonces pienso otra vez que ojalá, que el futuro le dé el premio mayor, que los dioses, como cantaba el buen Homero, jamás lo vean con torva faz.

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