LA VOZ
POR

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Que el mundo es un puñado de enigmas no tiene discusión. Los hay de todos los pelajes, un menú del que puedes escoger a gusto y aún así quedarte corto, de modo que no se diga más: llenan el espacio, saturan las aguas, se te meten en el cuerpo y los más comunes deambulan como si nada por las calles, por el día a día, por la aparente normalidad de las rutinas.
Pensé el otro día en estas cosas mientras despachaba una cerveza en el aeropuerto de Madrid. Uno planifica la estancia, mide el tiempo de espera hasta tomar el vuelo, pide la cerveza, quizás pide otra, manosea el libro que tiene entre las manos para leer después en la sala de embarque, llega a la sala de embarque, hace de observador empedernido -inventa alguna historia cuando nota a esa pareja que se abraza, pone la trama a propósito de la mujer que habla por teléfono- y así.
Un aeropuerto viene a ser el caldo gelatinoso donde el tiempo acaba de patitas en la calle y en su lugar cierta masa pegajosa te engulle y te petrifica. Como en el Aleph de Borges, da la impresión de que todas las perspectivas, los ángulos, los horizontes, confluyen en un único punto que los contiene. Es un misterio, claro, qué le vamos a hacer, con lo cual reitero lo afirmado arriba, en la primera línea. Que el mundo es un puñado de enigmas no tiene discusión.
Entonces cogí el celular y llamé y del otro lado respondió la voz que tantas veces he escuchado y tantas veces he desconocido. Me habló para decirme, envuelta en terciopelo, “la persona a la que buscas no está disponible ahora, si quieres deja tu mensaje y luego te devuelvo la llamada”. Colgué. Abrí de seguidas el libro, pasé la vista por las letras y la voz de Elías Canetti sonó clara en mi cabeza. La voz del autor echada de bruces sobre la del lector y se acabó. Nada por qué alarmarse, nada por qué encogerse de hombros, nada extraordinario si a ver vamos.
Al rato no llamé sino al revés, sonó el teléfono, dije hola buenas y de nuevo aquella voz saltó sobre mi calma. “Su factura Movistar del mes en curso ya se encuentra disponible. Pague en línea o si lo prefiere acérquese a nuestras oficinas. Lo estaremos esperando”. Joder -me dije-, miel sobre los labios, música de golosina. Entonces, pasados los minutos, esa voz de confitura crujió en los altavoces de la sala. Sonó de pronto para decir que Avianca estaba lista para su salida. Volví a escucharla cuando a punto de caramelo pidió a un tal José María dirigirse al mostrador de Air France. Y emergió como un bombón recordándonos cuidar nuestro equipaje de mano.
Fue así como el enigma gritó aquí estoy, cómo te va. Fruncí el ceño mientras el sentimiento de estar más solo que nunca llegó para quedarse. Ponte a ver, ¿quién es esa voz, la que escuchas por el megáfono de un aeropuerto y la que te habla desde el móvil sin que te inmutes un segundo?, ¿voz de ultratumba?, ¿voz terrenal?, voz, y no me vengas con que no, acurrucada en incógnita sin fin. Lo que soy yo, jamás creí en respuestas predecibles, esas que te piden aceptación, resignación, porque ya ves, fíjate que no es más que un artilugio.
De los arcanos de un celular y de las entrañas de cualquier sala de embarque, estoy seguro, hay más que la voz azucarada cuyas raíces -dicen los necios, los conformistas, los menos despabilados- calan en eso que dieron en llamar tecnología. Aquí ando y de esto me ocupo. Urdo el plan que dé por terminado el infundio, que acabe de una vez con el gran bulo. En esas estoy.