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EL EMBRUJO DE GRANADA por -Roger Vilain- X: @rvilain1 #Cultura

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EL EMBRUJO DE GRANADA

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Hay ciudades que, como una segunda piel, cubren de lleno tu epidermis. Las hay para cualquier gusto, de modo que olvídate de inconformismos. Unas se abren cuajadas de algarabías y nada más, otras brillan con luz gris de pesadumbre -ciudades tristes, desaladas, con el rostro fruncido- y, pongo por caso, algunas pocas jamás se encuentran solas.

De estas últimas he conocido algunas. No me refiero, claro está, a la soledad por ausencia de nativos, de transeúntes o cosa parecida. Lo que tengo en mente es cierta cualidad relacionada con el alma. Toda ciudad posee una, que descubres a tu manera, y mi manera va de la mano con hallar de a poco el tú que se deja ver en las esquinas a propósito del yo que deambula por sus calles, todo junto, todo entremezclado, todo una constelación cuyo punto de fuga es el nosotros.

Granada es una ciudad que cabe completa en lo anterior. Mérida en Venezuela, París en Francia, Quito en el Ecuador, Granada en esta España de poetas, de flamenco, de tapas, vinos y olivares más el alma deslumbrante que sin dudas he presentado arriba a medias. Por fortuna mi afecto por ciudades como éstas, mi derroche de emociones en función de urbes tan particulares como el gusto que me permite disfrutarlas, digo, por fortuna mi afecto las acepta sin importar lenguas, geografías, sombras o penumbras. No caben celos ni contradicciones. He mencionado cuatro y Granada, la última que conocí y benditos sean todos los dioses, justifica con creces la dicha de arrojarme entre sus brazos.

El Albaicín, barrio inundado de aromas, de especias, de mil vocablos y acentos, de un pasado nazarí que ha dejado más que huellas, recuerda en plena Andalucía a un zoco marroquí henchido de cánticos, pregones, artesanos, mezcla de razas y culturas que colman sin más una oración: el Padrenuestro, una sura del Corán, todo al mismo tiempo y a la vez. En Granada, si abres bien los ojos, entra de lleno el esplendor de los sultanes atravesado por la media luz de un vitral gótico. Es la ciudad menos sola de este mundo, sí, aunque la calle esté desierta -cosa que verás que no-, aunque en verano se produzca una estampida -¿qué puede importar?-, aunque de dos a cinco de la tarde el sopor retumbe en las esquinas, en las plazas y en La Alhambra.

En esta ciudad teñida de cruces y arabescos yo respiro a plenitud el aire sofocante de un desierto en Asia, el culto milenario a Mahoma y el rosario abierto en glorias, credos y avemarías. La ciudad menos sola que jamás llegué a contemplar nace de Las mil y una noches, de Sócrates, Platón y Aristóteles, de Jesús crucificado. Un tú en el que entró el yo y un tú y un yo, entonces, evidenciando el feliz hecho del nosotros.

Aquí las calles y las gentes no están solas, y no lo están porque se dio el milagro del eclipse de las diferencias, así que puedo decir, ya ves, que esta ciudad también es mi lugar en el mundo. Su historia lleva mi nombre, y el tuyo y el del otro y el de aquél.

En estos días me dio por leer El loco de Dios en el fin del mundo, libro reciente de Javier Cercas, y cada página que despacho, ponte a pensar por qué, me hace vislumbrar esta Granada que llevo en las entrañas. El loco de Dios, epíteto que se dio a sí mismo Francisco de Asís, tomado ahora por Cercas para referirse al Papa fallecido, y el loco sin Dios, apelativo que el escritor se impone en vista de su condición de ateo, son fieles a esta Granada donde lo uno y lo otro fluyen en absoluta convivencia, donde la soledad perdió su escudo, sus garras y su apuesta.

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