FUMO, OBSERVO, PIENSO

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

La magia de la lectura es darle crédito a esa cuartilla que nos pasa por enfrente, lo cual supone acto de fe con clima religioso: preciso es creer lo que nos cuentan. De tal premisa la conclusión será una o ninguna, es decir, caeremos atrapados por la historia que el prestidigitador lanza como hechizo o simplemente el libro no habrá cumplido su tarea: coger al lector por el pescuezo y llevarlo así hasta la página final.

Seis de la tarde. Camila y yo vamos a nuestro café de costumbre. Leemos. Desde esta terraza las luces del crepúsculo cubren hasta la última molécula de todo y con ellas me gusta desmigajar cuentos, saborear un macciato, fumar el tabaco poco a poco. Créanme que la experiencia resulta extraordinaria. El silencio termina imponiéndose a pesar del tránsito, de la gente, de la calle en plena ebullición. Ella devora la “Historia de Judy” y yo despacho “Filosofía feroz”, de Michel Onfray, que al fin y al cabo me pareció decepcionante.

Onfray pretende una condición que no cualquiera alcanza: la de enfant terrible. Y no termina siéndolo porque su pretensión es evidente. En vez de arrojar verdades a contracorriente de lo políticamente correcto y se acabó, su puesta en escena no convence. Demasiadas luces de bengala. Mucho ruido y pocas nueces. Leo estos ensayos y pienso que el autor devino en un Eduardo Galeano francés, otro irredento que ya crecidito supone al universo binario desde las entrañas hasta la epidermis. La izquierda y la derecha, o sea, los buenos y los malos – permítanme reír a mandíbula batiente-. El mundo en perfecto blanco y negro, el libro como puñado de señalamientos, contra los ricos, contra el imperio, contra las grandes religiones monoteístas, contra las elecciones, contra los gringos, contra el capitalismo, contra el liberalismo. Y no mucho más. Un catecismo manoseado hasta el hartazgo por la izquierda carnívora latinoamericana. No hay mayores propuestas, ni el esperado aporte intelectual, ni alternativas que trasciendan el lamento de rigor. Si el capital es el lobo feroz, el culpable de la miseria universal, de los piojos en las cabelleras del mundo o de la putería en París o en San Fernando de Atabapo y si las elecciones en las democracias de Occidente son el golpe concebido para la dominación de cualquier pueblo y si un liberal es el vivo retrato de ciertos apestados que pululan tranquilamente por ahí, ¿qué pone usted sobre la mesa, señor escritor? ¿Dónde la reflexión previa al acabóse? ¿Qué decir de todo ello? Silencio sepulcral.

Enciendo mi tabaco, dejo los lentes sobre el libro aún abierto, observo a Camila en lo suyo, transfigurada en hada, en pirata, en dragón. Sigo sus ojos, fijos en cada folio que ahora mismo son el mundo para ella. Imagino la aventura que vive desde ya, las imágenes que pasarán por su cabeza, la curiosidad, la disposición para el ensueño que la caracteriza, su creatividad de la mano de las páginas que despacha junto con el jugo de naranja, obsequiándole voces, movimientos, vida a cuanto ofrece el autor en cada línea.

Es curioso, desde luego, pero leer resulta justamente eso, darse cuenta, construir otra vez lo que de algún modo viene empaquetado a manera de propuesta por un demiurgo al que llaman escritor. Sí, un libro es compilación de sugerencias, un streep tease a propósito de las ideas y lo más interesante es que tienes participación directa, ayudas a desvestir, formas parte del elenco.

No dejo de observarla, me encanta hallar gestos casi imperceptibles en su rostro, alguna sonrisa diminuta, el entrecejo fruncido apenas un instante luego de terminado un párrafo. Tal es la geografía del goce literario expresado en quien se acerca a una novela, a un fajo de poemas, a un cuento, a un ensayo. Camila navega los siete mares y está absorta. Eso, eso es leer, resucitar lo que tienes entre manos, recrear la obra que se desata frente a ti y hacerla tuya. Me alegra notar cómo lo disfruta.

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