CHASQUIDOS DE LA LENGUA

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Uno por lo general piensa que lo ha visto todo, pero qué va. Craso error a la hora de sacar cuentas y mirar escenas en este mundo donde abunda cualquier tono menos el rosa. Si el bicho humano se destaca por lo negra que pueda llevar la conciencia, no es menos cierto que a veces logra empinarse a alturas que dan vértigo. Todo hay que decirlo. Pero hoy no vengo a contarles de hazañas o maravillas del espíritu así que ya ven, traigo en las alforjas bastante cinismo, estulticia y desvergüenza.

Como suelo hacer a diario, le doy a la tecla para escribir, para decir lo que pienso y por supuesto para entrar a esos mundos virtuales de Dios. Busco la prensa, la de mi país, la extranjera, me la como de cabo a rabo y termino por hacerme alguna idea de cómo anda el patio cada vez. Hay de todo, claro está, y al decir todo jura que cabe aquí lo dionisíaco y lo apolíneo, lo hermoso y lo espantoso, el descaro, lo risible y lo ridículo. Cuanto deseo traer a colación esta mañana cabe como mano en guante entre lo último, penúltimo y antepenúltimo, y así.

Lee esta perla y dime tú: “reconocer a Guaidó (como Presidente legítimo) es un disparate absoluto. Venir a fragmentar el estado venezolano, incitar a los militares a que se rebelen contra la autoridad, dividir el ejército, eso parece un manicomio”. Semejante parrafada aparece en BBC News Mundo y sus implicaturas hacen que la mandíbula se me estrelle contra el piso. Daniel García Marco entrevista al ex Jefe de Gabinete de Nicolás Maduro, Temir Porras, quien lanza como si nada ciertas ideas dignas de los más obtusos casos Ripley. Aunque usted no lo crea.

Uno se topa con cada baba colgando de las ramas, con cada escupitajo verde en las paredes, con cada flema del alma, con cada comentario que de seguidas tienes que frotarte los ojos, intentar sacudirte las neuronas -no vaya a ser que se desquicien de por vida-, patear el asco, regurgitar el desaliento, lavarte todos los sentidos. Tanto descaro y tanta osadía en el mero instante de pegar un sujeto con un predicado está reñido con la sindéresis, con el decoro en cuerpo y alma, con el aporreado sentido común, al que por eso dieron en llamar el menos común de todos ellos.  Las ideas, como las cosas, tienen volumen, dimensión particular, largo, ancho y profundidad, de modo que para juguetear con ellas y echárselas de sabihondo primero hay que ser un filo punzopenetrante en ciertas materias, un pensador avezado, un buen manejador de sinapsis celulares para encajar brillantez intelectual aquí o allá, pero jamás triste hablachento en medio de la marejada, o sea, lo que se dice un pontificador de naderías. Un hablador de pendejadas, si me pides ser exacto.

El señor Porras se mira al espejo y sale espantado. Su reflejo probablemente da cuenta de los polvos que trajeron estos lodos, no otros que la tragedia Chávez -más sus secuaces- a lo largo de estos casi veinte años. El señor Porras se para frente al azogue y hace que vuele en mil pedazos sólo de apenas mirarlo, sólo de impactarlo con la primera bala hecha a base de palabras. Imagínate a un validador, a un miembro del cuerpo revolucionario hasta los huesos, a un silencioso y durante tantos años obsecuente justificador de la barbarie, del desastre chavista opinando hoy, sin que le tiemble una mísera pestaña, de “disparates” a propósito de Juan Guaidó, como líder, como Presidente,  y de fragmentación del Estado venezolano gracias a ello. Locura en pasta trocada en serie de chasquidos de la lengua. Como si el Estado en Venezuela hubiese sido hasta este enero unidad indisoluble, esfera perfecta,  cohesión total y antifragmentaria por obra y gracia de la panda de criminales que ha robado, matado y destruido todas estas décadas.

Y dice más. En sus palabras, en el botón de muestra que he traído a colación para ustedes el señor Porras acusa a quienes reconocen a Guaidó de azuzadores, de malignos incitadores a la rebelión de militares, que supongo considera ángeles al servicio de beatos, léase el gordo Maduro o el gordo Cabello, entregados a la felicidad del pueblo. No faltaba más. Aquí Porras demuestra un sentido del humor perverso, siniestro por donde lo veas: sus apreciaciones son para matarse de la risa, por lo enajenadas y ajenas a la verdad, sin el menor crédito ante la historia  -las suscribiría encantando el buen Moe Howard, ése de Los Tres Chiflados- si no fuese por la carga de indolencia, irresponsabilidad e irrespeto hacia la gente en Venezuela que sufre el hambre, la enfermedad, las consecuencias de una revolución asesina poniendo muertos, lágrimas e incontables sacrificios.

Finalmente acaba el tal Porras aludiendo al manicomio. No cabe duda de que el subconsciente hace de las suyas cuando menos lo esperas. El loquerío chavista colándose, por supuesto, hasta en declaraciones con cantinflérica pretensión académica. Hay que joderse. Es que hay que joderse mientras cualquier descocado prepara disparates, apunta y dispara a diestra y siniestra.

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