Todo apunta a que estos días deberían ser cruciales en la solución de las dramáticas tensiones que vive Venezuela desde hace ya unos cuantos años. La fecha del domingo 30, impuesta por el madurismo (o lo que signifique esa amalgama de intereses oscuros e inconfesables) para celebrar las elecciones que llamarían a la instalación de una Asamblea Constituyente, supone un antes y un después en su pretensión de imponer finalmente el comunismo en el país, lo que Tarek El-Aissami ha querido llamar eufemísticamente “la profundización definitiva de la revolución”. Nada parece más crucial y definitivo.
En realidad, se trata de la última de una serie de justas en las que los demócratas venezolanos han venido midiendo sus fuerzas con el chavismo desde hace años. Y han venido conquistando espacios progresivamente. En las casi veinte elecciones a las que el chavismo ha sometido al pueblo venezolano durante los últimos años, la oposición ha venido conquistando cada vez mayor número de votos, hasta hacerse una fuerza indiscutiblemente mayoritaria, casi totalmente mayoritaria. Eso lo sabe el castrochavismo, que no está dispuesto a perder sus prebendas, sus privilegios y sus secretos negocios. Por eso no parece dispuesto a soltar su presa, que es como parece concebir a toda Venezuela con sus habitantes adentro.
Algún día los libros de historia hablarán del heroico esfuerzo hecho por los venezolanos para recuperar su libertad, dentro y fuera del país. También hablarán del dolor infligido a todo un pueblo, de los muertos, el hambre, las enfermedades, de los caídos en las protestas, de los presos políticos y los torturados, de la tristeza de las separaciones por los que se van. De todo eso hablarán los historiadores y se sabrá el inmenso sacrificio hecho hasta hoy para conseguir la liberación de la tiranía, para llegar hasta este momento en que al parecer se deben decidir asuntos tan cruciales.
De momento, cuando el país se encuentra paralizado por las huelgas, los enfrentamientos y el colapso de los servicios y la producción, no queda otra opción que entregar un voto de confianza al liderazgo político que a estas horas sin duda negocia el fin de la tiranía. El domingo 30 no se acabará el mundo, pero la fecha parte en dos el carácter de la resistencia democrática venezolana. Si se impone el proyecto constituyente de Maduro, la lucha recrudecerá y se radicalizará hasta alcanzar proporciones inimaginadas, crecerá exponencialmente la tragedia venezolana. Si la dictadura comprende por fin que su permanencia es inviable y que no vale la pena infligir más sufrimiento a los venezolanos, comenzará la portentosa tarea de la reconstrucción.
Devolver el país al camino de la paz, la democracia y el progreso no parece cosa sencilla. No solo la reconstrucción material, que es urgente y compleja. La creación de una cultura de la convivencia pacífica, la reeducación ciudadana, el destierro de la violencia como norma de conducta del venezolano serán una tarea sin duda más complicada, pero igualmente urgente e imprescindible. Valdrá la pena vivirlo e intentarlo.