EL HUMO DE MI PIPA
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
En la Universidad Católica del Ecuador, donde trabajo, me siento en el café de Filosofía. Disfruto visitarlo porque se puede leer en paz, el mocaccino vale la pena y los jardines alrededor son un placer. Llevo par de libros, entre ellos “Charlas con Troylo”, de Antonio Gala, que abro en la página noventa y seis. Pido un americano y agua mineral. Mientras, pipa encendida y toda la disposición de echarme en brazos de eso que llaman placer: el de leer, saborear, contemplar.
Una señora pasa a mi lado y noto que me observa. Apenas levanto la mano, a manera de saludo en plan de respuesta a su curiosidad, y continúo haciendo lo que hago. Antonio Gala se desgaja en un artículo que es delicia pura: “Sexo y figura”, en el que escribe: “aquí los dirigentes, por tradición secular, se reputan, en la obligación de redimir nuestras almas del infierno y nuestras inteligencias del error… ¿Por qué creerá nadie que Dios le ha señalado con su dedo para misiones salvadoras?” Es una pregunta que desde hace mil años ha reverberado también en mis entrañas. ¿Por qué tanto imbécil termina suponiéndose especial y único? ¿A qué se debe tamaña autosuficiencia, antes y después, a propósito de cualquier cosa?
Su voz interrumpe como martillazo y al alzar la vista puedo verla ahí, de pie frente a mi mesa. Es la mujer que hace dos minutos pasó por aquí y saludé con gesto apenas perceptible. Da los buenos días y dispara a quemarropa: ¿puedo hacerle una fotografía sentado como está, con su pipa y su lectura? Me quedé de piedra. Ni que fuera yo El Puma, Camilo Sesto o Julio Iglesias.
-Buenas, hola. La verdad, de modelo tengo lo que de trapecista -respondo-.
-No importa en lo absoluto -dice ella-.
Al final accedo, con ganas de que me dejen solo, y por fin el click, el rostro satisfecho, las gracias porque ¿sabe?, guardo imágenes de viejecitos con pipa, con su aura de misterio, pero ninguna, créame, ninguna así como ésta, alguien fumando y leyendo a dos pasos de donde me encuentro, alguien con ella como usted ahora y blablablá.
Entonces me pongo a pensar y recuerdo que también yo me relaciono con semejante objeto, con el humo, las volutas y el perfume del tabaco rubio, y aunque no persigo imágenes de ancianos en acción llevo conmigo la memoria de mi padre que era un hombre pegado a una pipa y sus aromas. Qué más da, desde aquí puedo comprenderla. Quizás esa mujer cabe también en una historia parecida, de manera que así mantiene vivas sus evocaciones hasta gozar colgando en las paredes escenas que le llegan a lo hondo. Me encojo de hombros, doy una chupada y sigo en mis trece con Gala.
Somos lo que somos porque regalamos un certero puntapié al olvido. Escribió cierta vez Ortega y Gasset que “el hombre es un animal que lleva dentro historia, que lleva dentro toda la historia … Si alguien mágicamente extirpase de cualquiera de nosotros todo ese pasado humano, resurgiría en él de modo automático el semigorila inicial del que partimos”. Al fin y al cabo construimos una realidad cercana a los fantasmas que nos dulcifican, con el agravante de no tener seguridades sobre el resultado. Buscamos, hurgamos en plazas, bares, parques o cafés, y al anochecer nos vamos a la cama con la convicción de acaso haber encontrado alguna pieza extra, ladrillo adicional de nuestro particular rompecabezas.
Lo cierto es que somos animales mucho más entregados a la remembranza y la morriña de lo que imaginamos. Tanto es así que hasta el futuro se perfila como esa memoria que seremos. Mientras, continúo en lo mío: leo, sigo aquí sentado, y el humo de mi pipa cuela otra vez la silueta de mi viejo. Magnífico por donde lo mires. Qué maravilla que así sea.
Hola Roger!
Me gustó tu reflexión empida, fue un juego narrativo casi de antología para un artículo psicoanalítico!…
La verdad, no sabía que fumaban pipa, aunque alguna vez te vi fumando tabaco y, uno lleva a la otra y viceversa!… además que ambos se combinaba deliciosamente con un café, inclusive con un mockachino!…
No me extraña que esa señora paseante, haya sido capturada, seducida por: un hombre maduro canoso y esvelto, sentado en un café universitario, sentado leyendo un libro, de piernas cruzadas (debo suponer), cargando una humeante pipa en una mano, el libro en la otra, dejando respira una exótica combinación de colores fuertes venidos, probablemente de continentes lejanos, todo lo cual configura una instantánea que…, merece un retrato neo clásico!… y, a falta de pinceles y talento pictórico, pues, una foto digital de smartphone!…
Y es que la pipa (cómo el tabaco y el cigarrillo, aunque en menor.medida), a pesar del desprestigio que el antitabaquismo global le han hecho sufrir, es un símbolo rancio de.masculinidad, de virilidad, expuesta cual sexo urgente, que se tiene a la mano y se exhibe soberbiamente, gracias a la naturalidad con la cual se ha venido asimilando a las imágenes nobles de lo viril…
De hecho, muchos hombres célebres de la Modernidad, han sido fumadores de pipa, desde Freud, pasando por Sartre, Churchill y, por supuesto, hasta tu papá y, no menos importante, tú mismo!…
La pipa es un gancho que atrapa la mirada y el deseo del otro… no hay duda de ello!…
Impone un ritual, con una parafernalia de pequeños objetos del fumador, que a menudo lleva consigo en una busaquita de cuero o paño recio (nótese las continuidad de los materiales, su nobleza tosca y su potencial erogeneidad combinada!).
Lo espectacular del relato (que el lector nunca sabrá -y poco importa- si es una ficción o un relato etnográfico), es que haya aparecido en la escena, una «señora emergente, obsesionada con atrapar viejitos chupando pipa en cafés»!!…
Este toque casi surrealista, le imprime fuerza fantasmagórica al artículo, hasta el punto que me sugiere todo esto que te estoy contando!…
Te agradezco, mi querido Roger, que me hayas regalado tu texto, para tener el goce de.jugar con las imágenes que surgen de tu artículo!…
Sigue pendiente mi visita a Quito, para tomarnos un café y platicar largo y tendido sobre cualquier cosa, hasta de las pipas!!…
Un abrazo grande para ti, amigo!