VIAJE AL FONDO DE UN MACCHIATO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Ahora, entre pandemia y trabajo me preparo un café y cuando lo preparo pienso en otros, ésos con terrazas y mesitas para hacer ahí lo que te da la gana -pipa, agua mineral, macchiato, lecturas, sigue tú-, y pensar en otros es pensar en libros que van de lo mejor con una buena taza al aire libre mientras contemplas, respiras de modo distinto, miras a placer el patio desde tu rincón.

    Llegas al café de siempre y sientes la porosidad del mundo, un estado en el que estás seguro de que hallarás algo, que rasguñarás -como quien de un salto, para acercarse a la luz, roza el bombillo que cuelga del techo- y entonces dispones de tus artilugios, agregas con lentitud azúcar al americano, destapas la botella de agua y abres La habitación cerrada, de Auster, porque juras que lo otro es asunto de minutos, de un tiempo definido por relojes que poco a poco has ido hurgando a tu manera.

    Coger un libro y largarse a un café va de la mano con el hecho ancestral de descubrir. No es lo mismo leer en una biblioteca o leer en tu casa que hacerlo en la terraza del Juan Valdez en Quito, pongo por caso. No me preguntes cómo ni por qué, pero es en semejantes lugarejos donde el goce cobra extraña carnadura, quizás debido al cielo abierto sobre tu cabeza, a las voces de transeúntes que parecen emanaciones de vaya uno a saber qué épocas, o al simple acto de sentarse y ver pasar la vida.

    Lo cierto es que en los cafés termino buscando siempre cosas que no existen. Fíjate que en un café no sólo te tomas el café sino que te transformas en expedicionario. Acabas por sumergirte en aguas nuevas y como dije antes hallas, encuentras, barruntas, olfateas, compruebas otra vez que dos más dos a veces deja de ser cuatro y eureka, compañero, das en el clavo a fuerza de martillazos entre vigilia y duermevela.

    No tiene chiste pedir un café en el restaurante del supermercado. Qué diablos importa sentarse en el mall con la autobiografía de Nabokov o los ensayos de Orwell: la pipa no es la misma pipa, Orwell vuela en pedazos en medio de las sillas cuchi y los mantelitos de rigor. No me lo vas a creer, pero nada como un café y toda la parafernalia bajo las nubes en un local del centro, nada como el golpe eléctrico que va de cabo a rabo, de la nuca al coxis como latigazo,mientras vislumbras todo lo vislumbrable en el rato fugaz del café a merced de sol y viento.

    Es que hay lugares de lugares. En esta cuarentena, lo escribí aquí hace algún tiempo, descubrí que la cocina, el dormitorio o la sala de mi casa son espacios, pasajes que van y vienen y hacen de las suyas y lo mismo acabas en el Medioevo admirando una acuarela con castillo y caballero que compraste en Montmartre, que en la modernidad más futurista en medio de nevera platinada y con botones, cafetera con luz led y con palancas, picadoras, microondas y demás aparataje hasta el cuello de chips, silicios, dispositivos de avanzada que te ubican, en un abrir y cerrar de ojos, en pleno siglo XXIV. Pues la terraza de un café tiene el acierto de restregarte tal ofrenda por la cara y trasladarte a lomo de unicornio por espacios con el velo a cuestas. En la terraza de un café das en la diana, entras de cabeza al punto de fuga cuyo clímax tantas veces has escudriñado. Entonces ocurre, dura poco, se acabó, hasta la próxima vez y hasta el próximo asombro.

    Qué se le va a hacer, la vida anda labrada a base de incógnitas y hallazgos, dudas y elucubraciones. Nada como un café, el de la esquina o cualquier otro, para merodear por sus adentros.  

1 COMENTARIO

  1. Saludos
    Años persiguiendo el buen café, nada como el de Boconó.
    Antes de la pandemia, sin querer disfrute de Camus y la Peste; retrato fidedigno de la actual realidad.
    Por quien doblan las Campanas no me dejaba dormir hasta terminarlo, entonces cambié el café por un trago de ron y lo acompañe con ” Hemingway delira” de Ibrahin Ferrer.
    Con café comencé el Siglo de las Luces de Carpentier, por cierto escrita en Caracas en su gran parte.
    Antes de esto, estuve en el Gran Café de Sabana Grande me imagine al gran Adriano Gonzalez acompañado por el gran David Alizo.
    El Macchiato que nunca te falte, un abrazo.
    Alexander Rodríguez

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