LAS HORAS MUERTAS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Contra las horas muertas, momentos de aburrimiento indecible en los que nada hay por hacer a propósito del futuro inmediato, las horas vivas andan realengas y coleando. La verdad es que de horas muertas tenemos poco hoy en día, y tenemos poco gracias al mundo harto de velocidad y de vértigo que engordamos sin descanso. Aquellos paréntesis, lugarejos para que el tedio y el sopor crecieran como hongos, llevan en las entrañas la casi imposibilidad de su realización. No es que esté mal, o bien –olvídate de filosofar al respecto-, pero convengamos en que como todo tiempo pasado fue mejor, entonces ahí lo tienes, suspiramos por  cuanto dijo adiós, o hasta aquí, o si te he visto no me acuerdo.

    El otro día pensaba en ese espacio derivado del almuerzo, mientras más suculento pues mejor, en que la hora muerta llegaba sí o sí. Era un magma inevitable, un tiro al suelo, y fíjate que ya no queda ni el rastro de semejante porción del no hacer nada. Ponte a recordar las tuyas, tus horas  cargadas de fastidio aterrador pero a la vez de cierta índole creadora, donde la pereza y la imaginación llegaban a compartir ámbitos más o menos equivalentes.

    Porque no me negarás que de las horas muertas fructificaban maravillas sorprendentes. Yo, por ejemplo, durante esos instantes pude ver la luz, resolver quebraderos de cabeza, dar con infinidad de soluciones gracias a que de cualquier hora muerta atravesada en el camino una especie de aura singular, restauradora, -no sabría calificarla de otro modo- lo cubría todo, incluida por supuesto mi ineptitud para atisbar con tino aquí o allá.

    En fin, que debido a lo anterior las horas vivas enganchan mucha nostalgia por esas otras que al presente son cadáver tieso, patidifuá por donde lo mires. Esto explica mi cercanía a las horas muertas con lo que aprovecho para declarar públicamente mi pasión por cada una de ellas, con especial acento en las del bachillerato, brebajes mágicos cuando al frente se erigían problemas químicos, físicos o matemáticos. Bastó sólo alguna hora muerta esparcida por ahí y listo, punto y fin, cuestión resuelta. En medio del bostezo atroz mira que algo terminó por levantar cabeza.

    Así alumbré muchos, muchos miedos, ciertas no muy felices circunstancias y algunas esquinas claroscuras que en ocasiones, tengas la edad que tengas, nos toca transitar. Dime tú si no. Total, que mi defensa de las horas muertas se sostiene en argumentos más que sólidos, amén de otro hecho innegable: su poder terapéutico regenerador, porque del aburrimiento extremo y de la somnolencia que le es concomitante la salud gana nuevos bríos y todo cambia para bien. ¿O no?

    Una hora muerta vale su buena misa y ciertas horas vivas al demonio, que se las arreglen como puedan. Y se acabó.

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